Editorial:

Prudencia y sabiduría

Santiago, 9 de Mayo de 2004

Una vez más la Iglesia Católica se ha comprado gratuitamente un problema.

Ya le ocurrió antes con la discusión sobre el Censo y la Ley de Divorcio.

En ambas oportunidades lo hizo, según sus voceros, para defender la integridad del mandato divino recibido, actitud que nadie podría discutir. Pero que genera dificultades –por decirlo de manera suave- cuando trata de imponer unilateralmente su visión, por encima de otras creencias igualmente legítimas.

En el caso presente, el de la “píldora del día después”, se han conjugado varias situaciones especialmente delicadas:

  1. Lo más importante: la afirmación de que se trata de un fármaco abortivo no está probada. Más aún, respetables científicos de formación católica varios de ellos, han dicho que en los últimos años se han logrado, en pruebas de laboratorio, claras evidencias en el sentido de que no es abortivo.
  1. La inminencia de las elecciones municipales genera una inevitable alianza entre un poder espiritual que debería estar ajeno a toda contingencia política y uno muy terrenal como es el que representan los alcaldes, especialmente de la UDI, que se han declarado en rebeldía.
  1. En la misma línea, es cierto que ante abusos del poder terrenal cabe llamar a no aceptar determinadas leyes. Pero una elemental prudencia obliga a extremar la cautela.

En los años difíciles de la dictadura, muchos obispos hubieran querido alentar una rebelión pero no lo hicieron porque sabían que con ello podrían exponer a los fieles a insospechados peligros.

Hoy, en Chile, cuando se vive en un régimen democrático con libertad de expresión, este llamado –que alguien puede estimar como una orden- a no respetar el ordenamiento jurídico solo puede traer gravísimas consecuencias.

Una autoridad moral, que no tiene divisiones ni regimientos para imponerse, como preguntaba socarronamente Stalin en su momento, debe hacerse respetar por la coherencia y la oportunidad de su mensaje. Pero, sobre todo, por el ejercicio sabio de la prudencia.

Abraham Santibáñez

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