Editorial:

Verdades y mentiras en política

Santiago, 28 de Marzo de 2004

Abraham Lincoln sostenía que no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. Lo que, en otras palabras, confirma la sabiduría del dicho aquel de que “para verdades, el tiempo”.

Un año después de haber puesto en marcha una poderosa máquina de guerra contra Irak, el Presidente de Estados Unidos enfrenta lo que ya entonces parecía evidente para muchos observadores: no existen las armas de destrucción masiva que justificaron la guerra. Hans Blix, el jefe de los inspectores de Naciones Unidas, quien trató inútilmente de conseguir más plazo, acaba de asegurar que al comienzo él también pensó que las armas existían. Pero que, en el terreno, se convenció paulatinamente de lo contrario.

Tanto ha cambiado la situación que, a pesar de los costos en vidas y en recursos materiales, el propio Presidente Bush se permitió bromear acerca de su no existencia. Es, sin embargo, el tipo de bromas que no debería hacer, especialmente pocos días después que los españoles han rendido un emocionado homenaje a sus muertos en Madrid... muertos que no habrían ocurrido de no haber sido por la guerra en que se empeñó Bush.

Los dos comentarios de esta edición –ambos de marzo- están unidos por una lógica que no es la mía, su autor, sino por lo que ocurrió primero en España, donde el intento de manipulación informativa del gobierno le costó el triunfo al Partido Popular, seguido luego en Estados Unidos por lo que se parece mucho a la reacción del electorado español: la indignación del ciudadano medio, que se siente burlado, víctima de una obsesión con Saddam Hussein e Irak que sólo la psiquiatría podría explicar.

La honestidad en política puede parecer un mal negocio a corto plazo. Pero nunca lo es a la larga. Lo sabía Lincoln al cual sus compatriotas llamaron, con razón, “Honest Abe”.

Abraham Santibáñez

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