Editorial:

Responsabilidad periodística

Santiago, Domingo 20 de Julio de 2003

El episodio vivido en los últimos días, luego que arreciaran las acusaciones contra el Director de Investigaciones, Nelson Mery, desplazó rápidamente de los titulares otras informaciones recientes. Según el creador de la teoría de la “agenda setting”, Maxwell McCombs, ningún tema puede estar indefinidamente en primer plano. Conforme su experiencia, lo normal es que un “issue” de gran alcance dure tres o cuatro semanas. Pero en nuestro país, especialmente en los últimos tiempos, la información surge y desaparece como si estuviéramos en un carrusel descontrolado.

Esta vida demasiado breve de los temas en discusión tiene, en sí, un grave pecado original: aparentemente da lo mismo que estemos preocupados del joven Ballero, una fugaz estrella producida por un reality show, que del drama doloroso y sin fin de una mujer torturada en Linares hace casi 30 años. Es obvio que no puede ser así, como ya lo denunció el famoso tango Cambalache que por cierto se refería a los avatares del siglo pasado. Desde entonces no sólo no hemos avanzado. Más bien estamos retrocediendo porque antes la varita mágica del periodismo sólo tenía expresión de los medios escritos y su alcance no se medía por el rating o el people meter. Hoy los magos –que ya no usan sombrero de copas, como Mandrake, pese a la visión del ministro de Hacienda, sino un mechón que oculta misteriosas cicatrices, como Harry Potter- se valen de nuevos trucos multimediales, más efectivos, más rápidos y, sobre todo, más efímeros.

El resultado, ya lo vemos: un desfile de grandes titulares, apasionadas discusiones en cámara y luego, el bienvenido olvido, aunque haya nuevas heridas que cicatrizar que se agregan a las antiguas nunca cerradas del todo.

Es difícil cambiar la situación de la noche a la mañana. No va a cambiar y sería ingenuo tratar de lograrlo. Pero es posible advertir sobre estos peligros. La libertad de expresión por la cual luchamos tan arduamente durante tantos años –antes de 1973 y después- no tiene sentido si sólo produce desahogos, si sólo da tribuna a audaces o los periodistas creen que su labor se limita a contar lo que otros dicen o hacen, sin opinar, orientar ni explicar.

La democracia tiene como base el derecho de las personas a decidir. Y, para ello, es indispensable que sepan sobre qué están decidiendo. En estos días, en Estados Unidos, en Gran Bretaña y en Irak, hay mucha gente que se pregunta por qué las decisiones no las toman ellos o por qué las decisiones que tomaron creyéndose estar bien informados adolecían de tantas insuficiencias.

Es un buen llamado de atención para lo que ocurre entre nosotros. Y el caso Mery debería ser un buen ejemplo de la necesidad de un periodismo más libre, más crítico y más responsable.

Abraham Santibáñez

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