Editorial:

Esperando la vuelta del péndulo

Santiago, 27 de Abril de 2003

Hay algo patético, como los sofocos de un viejo verde tras una lolita, en esto del tardío destape de la sociedad chilena. Liderado -¡quién lo creería!- por el canal de la Universidad Católica, este descartuchamiento colectivo ha dejado los desnudos de Spencer Tunick como una jugarreta inocente. Hoy los “machos” chilenos se ufanan de “hacer de todo” cuando aparece una de las estrellitas de la nueva ola en cualquier discoteque de regiones. Bajarse los pantalones en público, según gráficos testimonios periodísticos es de rigor. También los “martes femeninos” (cualquiera sea el día de la semana, en realidad) han subido igualmente de tono. ¿Cómo, si no, si el Reality show abrió la puerta ancha y, según sabemos ahora, hay voces autorizadas que nos dicen que así se fomenta la unión familiar, tan venida a menos...?

Se ha producido una vertiginosa escalada que no comenzó en nuestras pantallas sino en los estadios, cuando el lenguaje grosero, confinado hasta entonces a muy delimitados ámbitos, perdió la vergüenza, convirtiéndose en el idioma definitivo de los chilenos, junto con las palabras a medio masticar, sin eses finales ni mucha modulación. Es claro que se trata de una tendencia natural. Simon Collier y William Sater, autores de “La Historia de Chile 1808-1994”, publicada originalmente por la Universidad de Cambridge, aseguran que “si bien es difícil medir tales cosas, la tendencia chilena a utilizar un lenguaje soez quizás sea la más pronunciada de todo el mundo hispanohablante”·. Pero, como dicen ellos mismos, citando al académico Rodolfo Oroz, lo que ocurría era que dicho lenguaje tenía confines precisos, que sólo más tarde penetraron “en ciertos sectores de la clase media”. Hoy, en tiempos de Internet y los teléfonos celulares es fácil verificar que no ya hay límites.

Nada de esto, sin embargo, es definitivo. La historia, llena de vueltas, enseña que después de los grandes destapes, siempre viene una época de pudores exagerados. Lo que Julio Durán llamó la “ley del péndulo” ha ocurrido muchas veces y Chile no debería ser la excepción. Hoy, cuando la pobreza del lenguaje resulta chocante porque nada tiene nombre propio y lo que antes era “la cuestión” hoy es “la huevá”, no debería tener futuro.

Nuestra pequeña isla no va a relacionarse con el mundo globalizado si no se expresa en un idioma comprensible para todos. Ya lo saben precisamente los responsables de los programas de televisión y los exitosos directores de cine chileno: para exportar deben doblar al castellano las voces de sus personajes. Es difícil que lo hagan mejor las futuras hornadas de “famosos” sin estudios ni otra vocación que las ganas de salir en la “tele”. Pero alguien -más temprano que tarde- va a pasarles la cuenta.

Como síntoma positivo hay que consignar que, en medio de las malas noticias del Simce, en la Región Metropolitana once comunas pobres mejoraron en las áreas de lenguaje y comprensión del medio.

Después de todo, parece que hay esperanzas. Creamos que las hay.

Abraham Santibáñez

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