Editorial:

Balance de aniversario

Santiago, 10 de Marzo de 2002

La celebración del segundo aniversario de la llegada de Ricardo Lagos al poder debería dejar un sabor optimista. Es cierto que todavía hay problemas no resueltos, como insisten en probarlo algunos sectores especialmente agobiados por años de discriminación y abusos.

Pero, sin dudas, el país empieza a respirar aires renovados. Después de los años duros y tristes de la dictadura, finalmente Augusto Pinochet ha perdido protagonismo. Queda, todavía, el episodio de su despedida de este mundo pero, si como lo demuestran los antecedentes familiares, todavía falta un buen tiempo, se cumplirá aquello de que los viejos generales no mueren... se desvanecen.

Para las nuevas generaciones Pinochet es un recuerdo vago, que todavía no llega a tener carácter histórico. Aunque inevitable, ello no es bueno. Chile necesita saber quién era, cómo llegó al poder y cómo logró que no se moviera una hoja en el país sin que él lo supiera. Los chilenos necesitamos tener viva la memoria de los excesos que pavimentaron el camino al golpe de estado y las terribles violaciones a los derechos humanos que siguieron. Y, sobre todo, es indispensable que nunca olvidemos que una parte importante de nuestra sociedad se limitó a mirar hacia el lado, pensando que lo que no ocurría no era importante o, peor aun, que el sufrimiento de los detenidos arbitrariamente, de los torturados y de las personas que fueron hechas desaparecer fue porque “algo habrán hecho”.

La responsabilidad por los excesos es de todos.

A los periodistas debe preocuparnos que se haya perdido el interés por la información, traspapelada en los malabarismos de la “isla de paz y tranquilidad” y definitivamente ahogada en el ciber-mundo dominado por los juegos y la entretención. Un país que no está informado termina por abdicar de sus responsabilidades: primero se abstiene (“no está ni ahí”) y luego, simplemente, acepta las soluciones que parecen más eficaces aunque ello implique renunciar a toda participación.

También hay responsabilidades de muchos otros sectores. Por ejemplo aquellos que ahora reivindican el tema de los “valores” no siempre mostraron la misma preocupación que el Cardenal Silva Henríquez u otros distinguidos pastores. Prefirieron aplaudir a quienes hacían ostentación de su fe en los reclinatorios de primera fila, sin mostrar compasión ni por los perseguidos ni por los pobres, ni los humillados ni los obligados a exiliarse. Por eso resulta penoso que en las últimas semanas se hayan mezclado tantos temas y tantas actitudes contradictorias. Hoy, debemos concluir, ser amigo de Fidel Castro es estupendo si uno tiene credenciales visadas por la derecha. Como preguntó un comentarista: ¿Qué habría pasado si el visitante a La Habana, recibido con tanto afecto por Castro, hubiera sido el Presidente Lagos? ¿Cómo habría reaccionado la Derecha vociferante?

Y no es el único problema: de la crisis argentina, tan mal explicada y peor comprendida, no se ha sacado la única conclusión importante. Hoy día un país que quiere aislarse y cerrarse al mundo está destinado a enfrentar tarde o temprano una crisis fatal. La globalización -como lo hemos planteado otras veces- no es cuestión de opciones. Está aquí y es un fenómenos que no podemos eludir.

Lo que tenemos que hacer es no dejar que el mercado nos arrolle. Ni tampoco se debe aceptar tranquilamente, la falta de consecuencia de quienes han sido los adalides del modelo. Mientras en Chile nuestros grandes problemas parecen ser los desplazamientos de Joaquín Lavín, la incomprensión del deber de los periodistas (por ejemplo, en el incidente entre el Presidente y TVN), o la pugna por la mesa del Senado, lo que deberíamos hacer es mirar con atención hacia el exterior. En Washington el Presidente Bush decidió respaldar unilateralmente la industria del acero, lo que puede significar problemas en todo el mundo y concretamente, en Chile. a los miles de personas que dependen de Huachipato. En Japón, la crisis económica no termina y, aunque pensemos que se trata de un país lejano, debemos recordar siempre que es uno de nuestros principales socios comerciales. Eso también implica que mucha gente en Chile le debe su trabajo -o su eventual cesantía- a lo que ocurra con la economía japonesa.

Más allá de los festejos de este aniversario presidencial -donde ciertamente hubo mucho que celebrar merecidamente- debemos seguir atentos a lo que ocurre en lejanas capitales del mundo financiero y anticiparnos a las consecuencias de decisiones en las cuales no tenemos parte, pero sí pueden beneficiarnos o perjudicarnos.

Abraham Santibáñez