Editorial

La culpa no es de los periodistas

Santiago 5 de agosto de 2001

La presencia de las cámaras de Canal 13 en los momentos en que un dirigente del campamento Juan Pablo II sufrió una fatal caída al Zanjón de la Aguada, provocó un soterrado debate en que los dardos -¡cuándo no!- apuntaron en primer lugar contra la responsabilidad del medio y de los periodistas.

Así lo planteó, con todas sus letras Paula Fortes, presentada como delegada provincial de la Intendencia Metropolitana. En versión del diario La Nación, esta representante de la autoridad criticó “a los medios de comunicación que explotan la morbosidad y el sensacionalismo con tal de conseguir algunos puntos de rating, jugando con las angustias y necesidades de la gente humilde”.

En los días siguientes, hasta el fin de semana en que se hicieron los últimos recuentos, Canal 13 negó enfáticamente haber inducido al dirigente Rodolfo Jaña a realizar la temerario acción de medir las aguas del zanjón frente a las cámaras. Es posible, sin embargo, que el dirigente, de reconocido liderazgo y quien había realizado numerosas tareas en favor de los habitantes del campamento, se sintiera especialmente impelido a realizar la medición debido a la presencia de los camarógrafos. Evidentemente tenía buenas razones para hacerlo ese lunes 30 de julio, después de una noche de intensas lluvias, en que la posibilidad de un desborde no se podía descartar fácilmente.

Desde mediados de la década de 1960 -especialmente cuando se produjeron diversos incidentes raciales y políticos en Estados Unidos- se sabe que los medios, pero sobre todo los equipos de televisión pueden generar efectos no buscados simplemente por presencia. En su relato de “El sitio de Chicago”, Norman Mailer anota que “a los manifestantes -que salieron en las calles a protestar contra la política del gobierno de Johnson- los fascinó haber sido apaleados en público, haber empujado y picaneado a la policía, haberla antagonizado con piedras, botellas e insultos hasta el punto de que, enceguecida, había atacado con furia desatada, convirtiendo en escenario el único lugar de su ataque donde podían converger simultáneamente el público, los actores y las cámaras”.

Más de 30 años después, algo parecido ha ocurrido desde los incidentes de Seattle contra la globalización, que se han repetido en todo el mundo, incluyendo Génova, donde murió uno de los manifestantes. Pero ni ahí ni en el Santiago empapado por la lluvia de este invierno, la culpa puede atribuirse a los periodistas como tan ligeramente se ha hecho.

Las malas noticias existen con o sin su presencia, algo que las peores dictaduras y los mejores regímenes democráticos olvidan con frecuencia.

Abraham Santibáñez