Editorial

La lección de un sabio (casi) desconocido

Santiago, 3 de Junio de 2001

Sólo con su muerte la gran mayoría de los chilenos nos hemos venido a enterar de la existencia del neurólogo Francisco Varela, “quizás el más grande científico chileno” al decir de Eric Goles.

Para explicar el silencio de años de la prensa no es, por cierto, suficiente decir que fue allendista y debió exiliarse. Es mucho más que eso: la razón de fondo es el temor de muchos periodistas a abordar temas complejos, por una parte, y la convicción de muchos editores (todos, según parece) de que los temas complejos “no venden”.

Así nos hemos ido internando en un desierto intelectual donde la receta del “locro” (verdadero, como en Argentina o falso, como en Chile) tiene asegurado más espacio que un pensador de excepción.

Estas son las situaciones que ninguna ley de Prensa puede resolver. No ciertamente la recién promulgada después de un trabajoso paso por el Congreso Nacional. Es lo que he dicho reiteradamente en los últimos días a algunos estudiantes de Periodismo que, compelidos por alguna tarea, se han acercado a preguntarme si con la nueva ley cambiarán las cosas y, por ejemplo, habrá más periodismo de investigación en Chile.

Temo que no lo habrá. Y no lo ha habido, no por el temor a las querellas -que en algunos casos fue efectivo en tronchar iniciativas- sino porque nuestro periodismo sigue hundido en la inercia de años de mediocridad, a lo que se suma ahora la oferta excesiva (y creciente) de mano de obra barata. ¿Para qué profundizar, si no se paga por el trabajo bien hecho? ¿Para qué trabajar lealmente, si la empresa no tienen lealtad alguna con su personal?

Tal vez ha llegado la hora de aplicar aquí el nuevo slogan de los chilenos: en este tema, como en ningún otro, es necesario pensar positivo. Sólo si creemos que el amor al trabajo profesional bien hecho es rentable a la larga y que la ley actual, con sus deficiencias e insuficiencias, es mejor que lo que teníamos antes, podremos cambiar el rumbo del periodismo en Chile.

Francisco Varela merecía una mejor suerte en la prensa chilena. Merecía ser destacado y conocido en vida, no ahora que una prematura muerte interrumpió para siempre su trabajo. Pero, aun así, hay que subrayar que ni el exilio ni la enfermedad frenaron su impulso vital. Y no es el único caso.

Tal vez, más allá de sus notables aportes al pensamiento chileno y universal, lo más importante sea esta lección de perseverancia.

Abraham Santibáñez