Editorial

TV: ¿católica y universitaria?

07 de Marzo de 2001

Hace menos de medio siglo, cuando todavía estaba en pañales, la televisión descubrió la importancia de las grandes ceremonias públicas. En 1952, cuando sólo existían 264 estaciones en todo el mundo, la mayoría de ellas se unió en un gran esfuerzo para transmitir la coronación de la Reina Isabel II. Una década más tarde, la incipiente televisión chilena hizo su mayor esfuerzo –incluyendo equipos en la calle, pese a que en realidad no eran portátiles- para la recepción en Santiago al cardenal Raúl Silva Henríquez.

Pese a las limitaciones, las transmisiones en blanco y negro dieron un testimonio inolvidable de la espontánea historia de amor surgida entre el pueblo de Santiago y su pastor.

Casi cuarenta años después, a la llegada del cardenal Francisco Javier Errázuriz, la televisión chilena –santiaguina, en rigor- demostró cómo ha perdido la brújula en materia de sensibilidad pública: el sábado, a su llegada, sólo Canal 13, de la Universidad Católica, rompió esquemas e hizo una programación especial, en la que alternó de manera notable las imágenes en vivo con reportajes de archivo, desde Pudahuel hasta la Municipalidad de Santiago. Los otros canales no se conmovieron más allá de sus noticieros.

Pero el lunes, a la hora de la ceremonia más importante, la recepción en La Moneda, en la cual se fijó lo que debe ser el rumbo frente a las incertidumbres del final de la transición, el mismo canal 13 borró con el codo lo que había escrito 48 horas antes. Igual que el resto de los canales encontró que el amor al rating era más fuerte y sólo incluyó en el noticiario central la versión de lo que ocurría en palacio. La síntesis del discurso del Presidente Lagos fue brillante. Pero como tocó la mala suerte de que el nuevo cardenal todavía estuviera hablando, la transmisión en directo fue fragmentaria y con voces de reporteras -que no agregaban nada- superpuestas en el audio. Para coronar el cuento, cuando el cardenal Errázuriz anunció que llegaba al momento de las conclusiones, desde el estudio central se decidió que ya era suficiente y cortaron el enlace.

Cada vez que se toca el tema –y ha sido tocado en abundancia en los últimos años- la jerarquía eclesiástica santiaguina asegura que el Canal 13 es autónomo y no tiene tuición sobre él. Pero tal vez ha llegado la hora de hacer un pequeño esfuerzo, no a favor del lucimiento personal del nuevo pastor de la Arquidiócesis, que no lo necesita, sino en pro del sentido común y las exigencias de la información en el siglo XXI. Los adelantos técnicos, como ya se vio en los temporales del 2000, no sirven si no hay un buen criterio que guíe su aprovechamiento. En contraste con la llegada del cardenal Silva en 1962, la televisión chilena tiene hoy color, excelentes imágenes, equipos verdaderamente portátiles… pero su alma, no digamos periodística, sino simplemente comunicacional, se perdió en las tenebrosas batallas por el rating y la ideologizada concepción de “lo que la gente quiere”. Así lo planteó Gonzalo Bertran y, como por años contó con la bendición de otros venerables como él, nadie osó discutir el tema. Es obvio que hoy día la verdadera revisión de fondo puede significar muchos problemas, pero si no se hace, tendremos que la estación que, se quiera o no, representa a la Iglesia Católica, permite el derroche de mal gusto, la grosería apenas disimulada, como quedó en evidencia en el festival de Viña del Mar, y la más chabacana vulgaridad inserta en un canal que, además, se dice universitario. Y no es todo: peor aún, a la hora de informar, no informa.

El cardenal Errázuriz no ha sido la víctima. El llegó con su mensaje donde le interesaba llegar y entabló un diálogo del más alto nivel con el Presidente de la República y la clase política. Las verdaderas víctimas somos todos los chilenos que no tuvimos la oportunidad de asistir a La Moneda y que, aunque bien informados por los diarios, nos perdimos la posibilidad de la transmisión “en vivo y en directo”.

Abraham Santibáñez