Editorial

La parte difícil del balance

Octubre de 2000

En la noche del domingo 29, luego que se supo que la debacle anunciada en la Concertación no se había producido, hubo rostros sonrientes en La Moneda. Varios ministros que hasta ese momento figuraban en las listas de los posibles despedidos (sin indemnización), sonrieron abiertamente. El que la caída pronosticada para los partidos de la coalición de gobierno y muy especialmente para el PDC no llegara a sus niveles más sombríos, hizo que volviera el alma al cuerpo a más de alguien.

Todo indica, sin embargo, que es apenas una fugaz ilusión.

No hubo una caída estrepitosa, pero el electorado le dio la espalda a alcaldes y candidatos emblemáticos de los partidos de gobierno, empezando por Martita Larraechea, cuya mala fortuna fue que subiera al ring antes que Joaquín Lavín decidiera ir a la pelea en Santiago. Tal vez... sólo tal vez, si lo hubiera sabido, habría guardado sus ansias de servicio público para otra oportunidad. Sin embargo ello no es muy seguro: más de alguien ya hizo la ecuación simple y calculó que, tras su candidatura a edil por Santiago, estaba la repostulación de su marido a La Moneda. Como fuere, lo que está claro es que la derrota de Martita no fue su derrota, sino el triunfo de un carismático candidato y el lastre pesado de las acusaciones contra la indiferencia mostrada por el ex-Presidente Frei Ruiz Tagle ante el escándalo de las indemnizaciones.

En buenas cuentas, más allá de los cálculos de quienes se preparan para las elecciones parlamentarias del año próximo, lo que está claro es que la Concertación sufrió su más grave tropiezo desde el comienzo de la década. Y ello debe ser motivo de reflexión.

Ya lo dijimos: el PDC debe repensarse. Pero también deben hacerlo sus socios. La coalición gobernante sigue representando a un sector importante del país, mayoritario, que no ha transigido con la dictadura, pero que todavía no ha visto llegar la alegría prometida.

Los miles de cesantes, los empleados con bajas remuneraciones, escasa atención en salud y pocas perspectivas de educación, sienten que su deuda no ha sido saldada. Son ellos los más indignados, como lo demostraron en cientos y miles de votos nulos, por las indemnizaciones millonarias, legales, pero muchas de las cuales son ciertamente inmorales.

Como pocas veces en nuestra historia, los votantes han hecho un acto de fe en la democracia, ya que fueron a votar. Y esa fe la materializan en la figura del Presidente Ricardo Lagos, que mantiene un fuerte apoyo a nivel nacional.

Esta es, por eso, quizás, su última oportunidad. Por eso inevitablemente deberá revitalizar su liderazgo, reordenar su equipo y poner en marcha planes efectivos de recuperación económica, empezando por la cesantía.

Es cierto que Chile vivió los efectos de la crisis asiática y que después ha debido pagar los costos del alza del petróleo.

Es cierto que un número importante de grandes empresarios no han hecho su parte en la tarea de la recuperación económica.

Es cierto también que este invierno fue uno de los peores de nuestra historia.

Pero nada de eso sirve a la hora en que cada dueño de casa saca sus cuentas y calcula si ahora está mejor o peor que antes.

Y ese balance -incluido en él ciertamente el aire limpio y puro de la libertad- es el que realmente cuenta.

Estoy convencido de que Ricardo Lagos lo sabe.

Abraham Santibáñez