Editorial

La Tarea Después de las Elecciones

Octubre de 2000

En vísperas de las elecciones municipales que sólo parecen apasionar a los candidatos y a sus comandos, se especula acerca de una revisión "a fondo" que deberá hacer a continuación el Presidente Ricardo Lagos.

No cabe duda de que ello es necesario: el escándalo de las indemnizaciones, pese a que en él se involucraron injustamente compensaciones legítimas con otras que no lo fueron en absoluto, exige una actitud nueva del gobierno y la certeza ante la opinión pública (o el electorado, si se prefiere) de que no se volverá a repetir el festín. El que el presidente del COCH, que tuvo que enfrentar la rebelión del tenista Marcelo Ríos, esté dando explicaciones lamentables y nada convincentes por las invitaciones que entregó a sus hijas, simplemente ha demostrado que aquí hay un mal de fondo, que debe ser encarado con firmeza.

Pero ¿qué se puede hacer?

El sistema político chileno funciona sobre la base de partidos y coaliciones y, por mucho que se lo tratara de desprestigiar durante los años de Pinochet, sigue siendo una buena fórmula. Por algo ya lo dijo hace más de medio siglo el veterano Winston Churchill: no es bueno, pero no hay otro mejor. Y eso los chilenos lo sabemos. Ya vivimos la dura experiencia de que se gobernara en nombre de nosotros, sin consulta y sin respeto por los derecho ni las opiniones de las grandes mayorías.

Sería inimaginable pensar que el Presidente pueda sacar del sombrero, como un mago, un equipo de "técnicos" intachables e incorruptibles. Los hay, pero la prédica larga los ha alejado del activismo político. Y no se trata, por cierto, de cambiar los de un signo por los de otro, como ofrecía con insistencia Joaquín Lavín al ser derrotado como candidato a la Presidencia.

Lo que hay que hacer es renovar algunas prácticas que se perdieron con el tiempo o que nunca se consideró necesarias, como la declaración de bienes de todo funcionario público de confianza del Presidente y, luego, acordar un codigo de conducta mientas dure su gestión.

Es evidente que esto último no se hizo antes, porque: a) no se pensaba que pudiera ocurrir, b) si ocurría, no se sabía, y c) si se sabía, se consideraba que era un caso aislado. Ahora sabemos que no hay casos aislados, que muchas personas, incluso algunos de buena fe, aceptaron lo que se les ofreció porque era "lo que todos hacen", y ahora -con o sin culpa- se han visto expuestos al escarnio público.

Hasta ahora, pese a las dificultades, el Presidente ha salvado su imagen. Por lo tanto, un recambio no será difícil. Pero tiene que ser cirugía mayor. A diferencia de su antecesor, ha desarrollado un buen estilo -firme, pero menos soberbio de lo que se temía- lo que es positivo. Lo negativo es que -también a diferencia de su antecesor- no tiene un círculo de hierro político que le permita entenderse sobre todo con la democracia cristiana, que sigue jugando sus cartas como si en Chile y en el mundo no hubiera pasado nada en los últimos 30 años.

Pero es claro que, independientemente de su militancia, así como ha confiado en el ministro Insulza, hay un grupo de 10 o 15 personalidades, en el socialismo, el PPD, el antiguo tronco radical y también en el PDC, que podrían ayudarle en la difícil tarea de estructurar los próximos años de gobierno.

Esta es responsabilidad, evidentemente, del Presidente de la República. Pero es también responsabilidad -y necesariamente debe ser asumida patrióticamente- de los partidos de la coalición de gobierno y de sus dirigentes.

Por mucho que ahora ya no se hable de John Kennedy con el respeto que se le tenía antes de su muerte, hay frases suyas que todavía tienen poderosas resonancias en el mundo entero, incluyendo a Chile. Por ejemplo, cuando planteó:

-No preguntes qué puede hacer su país por tí. Pregunta qué puedes hacer tú por tu país.

Hay muchos, desde luego, que lo mejor que podrían hacer es irse calladamente. Y sin indemnización.

Abraham Santibáñez