Editorial

La independencia periodística ¿dónde?

Cuando se mira el pasado del periodismo -como ha ocurrido en estos días de movilizaciones en favor de la Ley de Prensa, que coincidieron con la celebración del aniversario de la Ley del Colegio de Periodista- parece inevitable caer en el viejo lugar común de que “todo tiempo pasado fue mejor”.

No debería serlo: hace casi medio siglo que tenemos periodistas formados en la universidad y en ese mismo medio siglo dimos un gran salto tecnológico que se resume en que pasamos de las viejas Underwood a los computadores portátiles, con conexión a Internet.

Pero, la verdad-verdad, como lo hemos dicho más de una vez, es que nuestro periodismo en lo sustancial: el cumplimiento de esa misión “casi sagrada” que definió el Papa Juan Pablo II hace unas semanas, parece haber perdido la brújula.

No es suficiente con tener profesionales con una mejor formación en el oficio o con equipos portátiles que facilitan enormemente su labor. Lo esencial del periodismo -la pasión por la noticia para entregarla “veraz, leal y oportunamente”- si no se trae puesto, no se logra en la universidad. Si la naturaleza no la da, Salamanca (o cualquier otra institución de educación superior) no la presta...

Por una paradojal derivación del bullado paso del senador vitalicio Augusto Pinochet por los tribunales chilenos, esta debilidad congénita de nuestro periodismo se ha hecho dramáticamente presente. La responsable fue una exclusividad de El Mostrador. Este diario digital, que ya fue alabado -aunque sin nombrarlo- por el Presidente Lagos, incluyó en sus páginas virtuales imágenes con sonido grabadas subrepticiamente durante los alegatos.

Era difícil esperar que otro medio comentara el “golpe”. Eso no figura en los manuales de estilo de nuestro medios.Ni siquiera se hizo una excepción en este caso, aunque a todos molestó que la Corte Suprema no permitiera grabaciones, como ya lo había hecho anteriormente, imponiéndose sobre una decisión de la Corte de Apelaciones.

Pero ocurrió lo insólito: en carta dirigida al gerente de El Mostrador, la Agrupación de Periodistas de Tribunales protestó en tono escandalizado por el golpe. Se dijo que se rompía un acuerdo con la Corte, la cual se habría molestado, lo que podría ser grave para su trabajo profesional allí.

Hasta el fin de semana, el único que reaccionó, aparte de los directamente involucrados, fue Fernando Paulsen. Siguiendo la línea de su página de comentarios sobre el trabajo de los medios de comunicación en el desaparecido diario La Epoca, expresó su indignado rechazo a lo ocurrido. “¿Para quién mierda trabajan?”, protestó en un análisis en radio Zero. Es la misma vieja pregunta de muchos lectores: ¿para quien trabajan estos periodistas: para las fuentes o, como debe ser, para sus medios y por lo tanto para el público?

En los otros medios capitalinos no hubo reacciones. Ocurrió lo mismo que con el vecino Pinto, “tras la paletada, nadie dijo nada”.

El asunto tiene un doble significado.

Por una parte, como lo ha hecho Paulsen, es un llamado de atención acerca de la sumisión de un grupo de periodistas que, en aras de no irritar a sus fuentes, condena el ejercicio legítimo del trabajo periodístico que no se atiene a límites autoimpuestos. Si bajo la dictadura luchamos contra las restricciones y censuras, es absurdo que precisamente cuando se lleva a tribunales al ex-dictador, se incurra en este pecado grave de leso periodismo.

Pero hay más. Durante años, quienes hemos tenido la responsabilidad de dirigir medios nos hemos estrellado contra el poder de las agrupaciones periodísticas que nacieron para facilitar el trabajo, pero se han convertido en fuente de periodismo en rebaño, sin espacio para la exclusividad ni el trabajo independiente.

La causa, según parece, está en una mal entendida solidaridad, que nació probablemente en aulas y pasillos de las escuelas de Periodismo, sin que se haya tomado nota que no es lo mismo ser estudiante que profesional. Y, también, desde luego, hay que consignar el efecto del acostumbramiento -se dice que en aras de la supervivencia- a un periodismo marcado por el sello del oficialismo, que no se atreve a investigar por su cuenta ni a discutir este tipo de acuerdos que son la negación misma de la función periodística..

Diez años largos de democracia no han cambiado las cosas.

En realidad, parecen haberlas agravado.

Abraham Santibáñez.