Editorial:

Necesidad de definiciones... a uno y otro lado

En la noche del 12 de diciembre, cuando Ricardo Lagos aseguró haber escuchado la voz del pueblo, dio comienzo a una laboriosa tarea que lo llevó al éxito casi un mes después. En las semanas siguientes, mientras sus partidarios sacaban cuentas alegres, lo que queda realmente en claro es que el primer presidente del siglo XXI se enfrenta al desafío de demostrar, en los hechos, que efectivamente fue remecido por el estrecho resultado.

En la segunda vuelta, Lagos logró su objetivo: ganar, para lo cual bastaba apenas un voto.

Pero en los próximos seis años -empezando por ese crítico período que tan bien han definido los norteamericanos: los primeros cien días- deberá probar que sabe que estamos en otro tiempo, que los votantes no quieren más discursos grandilocuentes, sino soluciones directas, que el tema de los valores es algo que preocupa a la gran mayoría y que, a los grandes temas de don Pedro Aguirre Cerda: pan, techo y abrigo, ahora hay que agregar otros: seguridad frente a la delincuencia y trabajo estable. Es decir, reconocer que buena parte del mensaje de Joaquín Lavín tenía fundamento.

Desafíos

No será fácil la tarea del Presidente Lagos.

Lo primero, como ya lo ha expresado reiteradamente, era insistir en el llamado a la unidad y a la colaboración de todos los sectores.

El candidato Joaquín Lavín asumió en la campaña un compromiso que no era fácil de cumplir y nunca sabremos si podía honrarlo o no: hacer un gobierno supra-partidista. Lagos, como candidato, no llegó tan lejos, pero debe entender que el mensaje del 12 de diciembre y del 16 de enero es el mismo: no encerrarse en el compromiso partidario; evitar el “cuoteo” y gobernar con quienes estén más capacitados y puedan responder lealmente a su llamado.

Esto no significa, como lo han entendido abusivamente sus adversarios, que los ministros deban renunciar a su militancia o que el nuevo Jefe de Estado deba prescindir de los necesarios equilibrios en la Concertación. Es, una vez más, el doble standard, como dijo el propio Ricardo Lagos: cuando unos reparten responsabilidades entre sus fuerzas, se llama “pluralismo”, cuando lo hace la Concertación es “cuoteo”.

Este siglo XXI, donde hay tantos aspectos nuevos en la vida cívica, también hay algunos que son inmutables. Cambian las circunstancias, las relaciones de vida, la revolución informática está alterando muchas otras cosas y las seguirá cambiando. Pero la necesidad de unidad nacional, percibida y hecha manifiesta por la mayoría de los votantes -no importa por quien haya sufragado- que se sitúa al centro y que, más que grandes cambios estructurales, quiere oportunidades para avanzar y mejorar, eso no ha cambiado ni va a cambiar.

El segundo gran desafío oficialista es ordenar la casa.

¿Consecuencia?

La Concertación de Partidos por la Democracia es una coalición que ha sobrevivido más allá de todos los anuncios agoreros, pero que necesita mirarse a sí misma y revisarse a fondo. Y, por supuesto, lo mismo ocurre con cada uno de los partidos que la integran.

Hasta ahora han actuado de manera responsable ante el ojo escrutador de la oposición y la mirada todavía desconfiada de buena parte de la opinión pública. Pero ello no es suficiente. En los años próximos, deberán los partidos y dirigentes revisar a fondo sus hábitos de trabajo, deberán esforzarse por hacer transparentes sus decisiones y -después de lo ocurrido con la Democracia Cristiana alemana- sus financiamientos. Lo lógico sería que a ello se sumaran también quienes tanto han denunciado y hecho suyo el grito de guerra de Lily Pérez: “¡Los pillamos¡”.

Pero ¿serán realmente consecuentes?

La duda se justifica: la reticencia a empezar a hablar en serio, por una parte, y luego las actitudes denunciadas en el Municipio de Las Condes, el emblemático punto de partida de Joaquín Lavín hacen que uno tenga más y más dudas.

Frente a la demanda de Jazmín Demián, vecina quemada en la fiesta de fin año por los fuegos artificiales, el alcalde Carlos Larraín se preguntó, burlón, si se creía Claudia Schiffer. Y la concejala Marta Raggi, que debió ser instalada por la fuerza de un dictamen del tribunal Electoral Metropolitano en el cargo en el cual no la aceptaron sus pares, incluyendo al propio Carlos Larraín, se quejó -esta y la información anterior corresponden a Las Ultimas Noticias- de que la habían discriminado “por ser pobladora”.

A la hora de enfrentar el nuevo milenio, nadie puede lanzar la primera piedra contra el adversario. La oposición haría bien es examinarse a fondo antes de contradecir tan rápidamente sus buenos propósitos (¿o eran sólo los de su candidato?). Sobre todo, si de lo que se habla es de “sensibilidad”.

La tarea del nuevo presidente es sumar las fuerzas que se pusieron de manifiesto en estas dos vueltas. Pero, sobre todo, hacer que el país dé el gran paso hacia el futuro que todos esperamos.

Abraham Santibáñez