La caída del cóndor

Hace doce años, el 22 de diciembre de 1992, se produjo en Paraguay, un hecho histórico: en Lambaré, en las afueras de Asunción, el juez José Agustín Fernández encontró en un edificio policial, el siniestro equivalente moderno de la cueva de Alí Babá y los 40 ladrones. El “tesoro” no eran joyas ni otros objetos preciosos, sino lo que prontamente la prensa bautizó como “el Archivo del terror”.

El hallazgo estaba en una descuidada oficina de tamaño mediano, repleta de papeles. Según el periodista John Dinges -en su libro “Operación Cóndor”- “había cientos de carpetas anilladas, volúmenes encuadernados y ordenados cronológicamente con informes de interrogatorios, cajas con cintas de vigilancia y fotografías, cuadernos de bitácora que registraban la llegada y partida de miles de prisioneros, pilas de correspondencia con las fuerzas de seguridad de Chile, Bolivia, Argentina, Uruguay, Brasil y Estados Unidos...”. En total: 593 mil páginas, entre tres y cuatro toneladas de material proveniente del Departamento de Investigaciones de la Policía de la Capital, DIPC, de Paraguay.

Allí estaban las pruebas de una sórdida historia que se conocía pero de la cual no existían evidencias concretas. Hasta entonces todas las huellas habían sido cuidadosamente borradas. En todas partes los archivos fueron quemados o hechos desaparecer. En todas partes... excepto en Paraguay. Ahí estaba, incluso, la cordial invitación extendida por Manuel Contreras al “Primer Encuentro de Trabajo de Inteligencia Nacional”, en 1975. Aquí, en el edificio de la Academia de Guerra del Ejército, entonces en la Alameda, en Santiago, se echaron las bases de la Operación Cóndor.

La reunión fue secreta. Sus efectos, cuando se reconocen, se limitan a una simple coordinación de información. Pero ahora, casi tres décadas después de su ceremonia inaugural, es mucho lo que sabe de esta vasta empresa, que dejó muertos, torturados y detenidos en todo el continente e incluso más allá..

El mes pasado apareció en Chile, en castellano, el libro de Dinges. Es una obra que resume y organiza lo que se sabía y agrega nuevas información. Pero, sobre todo, plantea una dura hipótesis: “La tragedia política de esta historia es que los jefes militares que llevaron a cabo estos asesinatos y crímenes en masa buscaron asistencia técnica y liderazgo estratégico de Estados Unidos, y los encontraron. El gobierno estadounidense fue su aliado”.

Dinges, un buen conocedor de la historia reciente de Chile y de buena parte de América Latina, hace otro aporte más. Estados Unidos, dice, se ha otorgado a sí mismo una autoamnistía de facto por sus actuaciones en materia de derechos humanos durante la Guerra Fría. Falta, insinúa, una comisión investigadora y, como cierre, un pedido de perdón, tal como los que han hecho gobiernos y instituciones y partidos políticos, incluyendo algunos jefes castrenses.

Otro hecho nuevo es que, si bien ya se conocía bastante acerca de la Operación Cóndor, faltaba la decisión que acaba de tomar el juez Juan Guzmán: procesar al general (r) Augusto Pinochet por la responsabilidad en un homicidio calificado y en nueve secuestros permanentes, crímenes que se cometieron en el marco de esta operación. Se cierra así un círculo que, en esta fase, empezó precisamente con su detención en Londres en 1998. A partir de ese hecho, recuerda Dinges, se abrieron las compuertas de los procesos en Chile y se reactivó la ofensiva contra todos los responsables de la Operación Cóndor.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas el 17 de Diciembre de 2004

Volver al Índice