Diálogos de amor

En mi infancia -¡hace tantos años!- no se “usaba” celebrar el Día del Niño. Los motivos de fiestas (y regalos, y a veces más cariño que regalos) eran los cumpleaños y la Navidad. Más tarde supe de “la Semana del Niño”, en octubre, en que había días especiales para los padres, los maestros... y también los niños. Sólo mucho después apareció esta fecha que hoy es más respetada que cualquier celebración patriótica o religiosa: el Día del Niño... mejor, destacado: el Día del Niño.

Así las cosas, parece prudente intentar una reflexión -o más de una-sobre esta jornada.

Fruto de mis andanzas callejeras rumbo a la Universidad desde mi casa, en las cercanías de un hospital de niños, redescubro permanentemente la especial relación entre madre e hijo. Cada madrugada, con frío en este tiempo, con lluvia a veces, siempre con mucho sacrificio, veo madres que caminan largas cuadras con sus hijos para que puedan recibir una atención de urgencia o un tratamiento permanente. Y, pese a tan difíciles condiciones, lo que siempre me emociona es ver cómo dialogan, cómo escuchan a los niños que cuentan sus aventuras cotidianas e, imagino, sus temores y sus duras experiencias en el hospital. Este diálogo amoroso me recuerda, inevitablemente, la imagen de Jesús Niño sentado en la falda de la Virgen María, en una conversación íntima que ni siquiera requiere de palabras. Me demuestra, además, que siempre las madres están atentas a sus hijos al verlos atemorizados ante lo desconocido o, lo que es peor, lo conocido.

No me hago ilusiones: son las mismas mamás que, cansadas, molestas, abrumadas por su vida conyugal o laboral o ambas a la vez, a otras horas en otras circunstancias, tironean a los pobres “cabros” chicos, les llaman la atención de mal modo, les gritan y, a veces, los maltratan. Peor: ni siquiera los escuchan. Es que, por supuesto, ni ellas ni nosotros ni yo mismo somos perfectos.

Pero son estos instantes de prueba –son raros los hombres que acompañan a sus hijos a estas horas- los que crean lazos que durarán toda la vida. Por eso en su propio día somos tantos los hijos que nos emocionamos con el recuerdo de nuestras madres. Por eso el cariño de ese día: el regalito; si se puede, la invitación a almorzar fuera (la tercera edad no soporta fácilmente los rigores nocturnos), o la invasión de hijos nostálgicos en los cementerios.

Ese amor no nació con un regalo de cumpleaños. Tampoco se generó en el inexistente Día del Niño, importado a Chile en tiempos muy recientes. Más probablemente se forjó en horas de prueba y dolor: una enfermedad, un accidente, una tragedia (muchas veces pequeñas tragedias de niño).

No tengo nada contra el Día del Niño. Pero, en verdad, más que ocasión de regalos, debería ser el momento de revivir, prolongar o iniciar ese diálogo tan conmovedor que me sale al paso cada mañana: una mamá y su pequeño hijo o hija que se quieren y lo dicen.

Así, simplemente.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas el sábado 9 de Agosto de 2003

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