Vendedores de culebras

La mitología urbana chilena podría estar enriqueciéndose con una nueva historia. La del modesto empleado que un día, sin decirle nada a nadie, decidió liquidar sus bienes para demostrar a un invisible interlocutor en Africa que era una persona solvente. El negocio parecía –y sigue pareciendo, porque todavía hay e-mails que lo ofrecen- prometedor: el “Auditor General” de un banco sudafricano, pide ayuda para lograr la transferencia de 26 millones de dólares de una cuenta a nombre de “Pedro F. Hasler”, quien la abrió en 1996 y habría muerto en 1998, sin dejar herederos . La oferta es convincente: según la legislación sudafricana el dinero sólo puede ser transferido a un extranjero a quien se le ofrece el 35 por ciento del total. La operación, dice el remitente, “Stephen Smith”, es perfectamente legal. Advierte que se trata de una oferta confidencial: “Usted es la primera y la única persona con la cual me pongo en contacto para estos efectos, por lo cual le ruego que me responda lo más rápidamente posible”.

No es el único mensaje de este tipo que circula por Internet. “Mr. Gidado Idris, ex Tesorero General de la República Federal de Nigeria” también necesita ayuda. Quiere sacar –legalmente, se asegura- 46 millones dólares. Sólo requiere de un ciudadano extranjero bien dispuesto.

Hasta mediados de los años 90, estas ofertas –curiosamente en su mayoría de Nigeria- llegaban por carta, en papel. Hoy, en cambio, fluyen por la Supercarretera de la Información lo que, en algunos sectores, parece ser garantía de seriedad.

Eso fue, ciertamente, lo que pensó el amigo del amigo que me contó la historia. Creyendo el cuento, estaba dispuesto a inflar su cuenta corriente y entregar las millonarias garantías pedidas o ir directamente al Africa. No le había dicho nada a nadie. Pero se encontró con el inevitable compadre que siempre aparece en estas historias, y cayó en cuenta que el negocio era demasiado bueno para ser verdad...

Aparte de nigerianos o sudafricanos, el mail nuestro de cada día trae miles de extraordinarias ofertas: bajar de peso, recuperar la juventud, fascinar a las mujeres (o a los hombres, o a ambos, según el caso), y muchos otros buenos negocios.

Las tradicionales “cadenas”, con o sin dinero, también pululan en los vericuetos del ciberespacio. Algunas ofrecen miles de direcciones electrónicas para continuar alimentando hasta el infinito la avalancha de correos no solicitados. Otras dan vida a una nueva versión de la “pirámide”, mediante el envío de cinco dólares a cinco personas al tope de una lista, al tiempo que redistribuye el mensaje. Los promotores de esta cadena aseguran que unas mamá norteamericana, mientras ordenaba el dormitorio de su hijo, llegó a pensar que había engendrado un aprendiz de asaltante de bancos cuando encontró una caja de zapatos con 71 mil dólares en billetes. Según el cuento, el muchacho era solamente una prueba viviente de los buenos resultados de esta cadena y estaba ahorrando para su ingreso a la universidad..

Después de dos semanas de cuidadoso análisis de los correos que recibía en su computador, la comentarista Lucy Kellaway, de The Financial Times, llegó a una sola conclusión: “Hay algo incómodamente añejo en todo esto: aprovecharse de la credulidad, ignorancia y codicia de la gente es algo que uno asocia generalmente con cuenteros como los vendedores de aceite de culebra que conocimos en Estados Unidos antes de que se inventara el consumidor sofisticado... o incluso el consumidor estúpido”.

Es lo que le puede estar pasando –por lo menos amenazando- a muchos internautas chilenos.

Publicado en el diario El Sur de Concepción el sábado 21 de diciembre de 2002

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