Cowboys y mandarines

Según los informes que trascendieron después del incidente, Wang Wei, el piloto del caza chino F-8 que chocó contra un avión espía EP-3 norteamericano, era conocido por la audacia mostrada en ocasiones similares. Una fuente no identificada del gobierno norteamericano aseguró que lo habían reconocido por las fotografías: "No es la primera vez que este individuo había estado tan cerca de un avión (nuestro). El número de intercepciones y su agresividad ha ido en aumento en las últimas semanas".

En un mundo globalizado, el espionaje de alta tecnología parece tener ciertas reglas establecidas. China no puede impedir que desde el espacio aéreo internacional, los oídos y ojos electrónicos norteamericanos capten toda su actividad, especialmente militar. Pero sí está en condiciones de poner en el aire sus propios aviones para manifestar claramente al intruso que lo están vigilando y que si llega a invadir su territorio será obligado a aterrizar o algo peor. No estaba previsto que el piloto naval Wang Wei, por lo menos conforme a estas versiones, actuara como un vaquero texano y en este juego fuera mortalmente sorprendido por un inesperado cambio de rumbo de la nave norteamericana. Mientras el F-8 caía al mar y su piloto, pese a que alcanzó a eyectarse no era encontrado, el avión espía logró aterrizar en la base Lingshui, en la isla china de Hainan. Allí lo han mostrado constantemente las imágenes captadas desde un satélite norteamericano... lejos todavía del alcance de las mejores armas chinas.

Así las cosas, el gobierno de George W. Bush, siguiendo su línea más dura de política exterior, planteó desde el comienzo que lamentaba la desaparición y segura muerte del piloto chino, pero que no pensaba en pedir disculpas. Ari Fleisher, vocero de la Casa Blanca, lo subrayó al afirmar que su país ''no ha hecho nada malo''. La reacción del régimen de Beijing corresponde a lo que cabía esperar de una tradición milenaria. Mientras, por una parte, mostraba una actitud igualmente intransigente, por otra ha buscado un acuerdo, minimizando el incidente. Su interés es seguir adelante -entre otros- con el proceso de ingreso de China a la Organización Mundial de Comercio, indispensable en la era de la nueva economía. Para ello requiere del apoyo norteamericano y lo había obtenido de Clinton, pese al tema siempre vigente de los derechos humanos. Con Bush debería ser más fácil, pero nunca se sabe, lo que lo obliga a extremar la cautela.

Tal vez la mejor expresión de este juego diplomático fue la forma como el presidente Jiang Zemin, de visita en Chile, graficó lo ocurrido. Dijo que en todas partes del mundo donde ha estado, ha visto que cuando dos personas chocan en la calle, ambas se detienen y se disculpan. Fue una verdadera lección: la cortesía milenaria de los mandarines enfrentada a la tosca brusquedad de los cowboys texanos, la misma que exhibió Bush cuando acudió con botas a los bailes de inauguración de su gobierno. O cuando Wang Wei se acercó desafiante al avión norteamericano.

Publicado en El Sur de Concepción el sábado 7 de abril de 2001