Una vida contra la corriente.

Esta es, en apariencia, una historia añeja. En los años 60 del siglo pasado, bautizada por los nostálgicos como los de "la década prodigiosa", florecieron las iniciativas de apoyo a nuestro continente: los voluntarios del Cuerpo de Paz, los sacerdotes españoles que preferían respirar aires más renovados fuera de España, los grupos de misioneros -sacerdotes o laicos, católicos o protestantes- de Europa, se multiplicaron generosamente, pero no siempre con buenos resultados.

Para uno de los analistas del fenómeno, el sacerdote Iván Illich, quien había sido vicerrector de la Universidad Católica de Ponce, en Puerto Rico, el problema era que más que conocimientos técnicos o ayuda material o incluso dominio del idioma, lo que se necesitaba era personas impregnadas de los valores culturales de la sociedad a la cual venían a ayudar. Este razonamiento estuvo detrás de la fundación del Cidoc, Centro de Documentación Intercultural, establecido en 1964 en Cuernavaca, México. Eran años de esperanzas cruzadas en nuestro continente: los generales se habían apoderado del poder en Brasil mientras en Chile llegaba a La Moneda la "Revolución en Libertad".

Illich era un compendio de estas realidades: hijo de madre judía, su padre estaba emparentado con la realeza de Dalmacia. Nació en Viena en 1926. En 1941, inició un largo periplo de estudios por otras ciudades austríacas, por Florencia, Roma (donde se ordenó sacerdote) y Estados Unidos y México. El lunes 2 de diciembre, esta semana, cuando falleció, había dejado hacía años el sacerdocio por discrepancias doctrinarias con la jerarquía y vivía alternadamente en Bremen (Alemania) y en Cuernavaca.

Aunque tenía un grupo fiel de admiradores desde sus años de mayor fama, los 60 y los 70, el impacto de sus ideas había disminuido considerablemente. En parte, porque las condiciones cambiaron de manera brutal en nuestro mundo. En los años 60, las profecías de McLuhan sobre la "Aldea global" eran apenas eso: una visión de futuro, precaria por tanto. Ahora, en cambio, con Internet y la televisión por satélite, la globalización nos ha forzado a una cultura transversal: cualquier chileno cree saber más sobre los problemas de la clase media norteamericana -gracias a las teleseries- que los sociólogos norteamericanos de hace medio siglo. Lo mismo sobre lo que hoy ocurre en Venezuela o el drama de Afganistán.

Pero hay algo en el pensamiento de Iván Illich que no debería ser dejado de lado. Además de la necesidad de profundizar la interculturalidad, sostuvo (en su obra "Un mundo sin escuelas") que había que tener cuidado con el exceso de educación. También pensaba que los hospitales producen más enfermedad que gente sana y que las personas llegarían más rápidamente a sus destinos si cambiaran los automóviles por bicicletas.

Era, en el fondo, un gran cuestionador. Pero que respaldaba sus opiniones con sólidos argumentos. "Illich no está contra las escuelas o los hospitales como tales, escribieron los autores Matthias Finger y José Manuel Asún en una obra publicada el año pasado, pero (cree que) pasado cierto umbral institucional, las escuelas hacen que la gente sea más estúpida y los hospitales enfermen más a la gente...". Según un comentario de "The New York Times", a lo anterior había que agregar que "después de cierto nivel de experticidad institucionalizada los expertos se tornan contraproducentes: producen los efectos contrarios a lo que se proponen". Voces como la de Illich son siempre necesarias. Es el aporte de los que nadan contra la corriente. .

Publicado en el diario El Sur de Concepción el sábado 7 de Diciembre de 2002

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