Concilio: el “aggiornamento” no termina

Hace 40 años, Paulo VI cerró, como estaba previsto, las sesiones del Concilio Vaticano II. Lo recordó el jueves pasado el Papa Benedicto XVI, quien lo calificó como "el evento eclesiástico más grande del siglo XX". En los últimos meses, especialmente desde su elección, se ha abierto un intenso debate acerca de si el Papa Ratzinger está realmente entusiasmado o no con lo que ocurrió luego que Juan XXIII convocó a la gran reunión destinada al “aggiornamento” de la Iglesia Católica.

En Chile, en medio de la agitación vivida por las elecciones, este aniversario ha pasado naturalmente a segundo plano. Pero vale la pena recordar que el Concilio despertó en su momento una enorme expectativa. No se esperaba que el muy anciano Papa Juan XXIII tomara la iniciativa. Pronto, sin embargo, se vio que había puesto el dedo en una llaga muy dolorosa. Tras la conmoción de la Segunda Guerra Mundial, la división del mundo por la Cortina de Hierro y la creciente conciencia de que, además, había un abismo entre los países satisfechos del norte y los pobres del sur, la conciencia católica se veía ante la exigencia de tomar definiciones.

En definitiva tres fueron los temas que se hicieron más evidentes:

  • La promoción del desarrollo de la fe católica.
  • Lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles.
  • Adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de los nuevos tiempos.

Cuarenta años después de la última sesión del Concilio, se han producido cambios externos muy visibles, como el uso del castellano en nuestro país o las celebraciones con el sacerdote de frente al pueblo, y otros muy profundos. Estos tienen que ver con la relación con otras confesiones religiosas y, muy especialmente con el mundo actual. El pensamiento conciliar sobre este tema quedó plasmado en la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Actual, uno de los cuatro documentos fundamentales de la reunión.

Pese a los años y a nuevos documentos, el sentido de lo que entonces se dijo permanece: dar una respuesta las inquietudes del género humano “que se halla en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados”. Frente a ellos, dicen los obispos católicos, “la comunidad cristiana se reconoce solidaria del genero humano y de su historia. Quiere salvar al hombre en su totalidad”.

Con este propósito, la Constitución abordó cinco problemas que se consideraron urgentes: 1) la familia, 2) la cultura, 3) la vida económico-social, 4) la vida política y 5) vida internacional.

Como muchos otros cambios que se han vivido en el último medio siglo, en que la irrupción de nuevas tecnologías ha trastornado la existencia cotidiana, también la Iglesia Católica ha sufrido una verdadera revolución. Para muchas generaciones debe ser difícil imaginar hoy lo que eran los ritos en latín, con el celebrante de espaldas al pueblo, apegados a un estilo excesivamente tradicional. Pero, sobre todo, lo que se buscaba era lograr un cambio que hiciera más asequible lo permanente. Esta búsqueda de equilibrio es, hasta hoy, el mayor desafío y el propio Papa Benedicto XVI, quien actuó como asesor de uno de los cardenales más innovadores –Josef Frings, de Colonia- ha sido acusado más de una vez de haber “traicionado” el espíritu del evento. Se dice que para el actual Papa, las violentas manifestaciones que sacudieron al mundo en 1968, especialmente la rebelión estudiantil que surgió en París y tuvo réplicas ent todos los continentes, fueron una señal de alerta, que obligaba a poner el pie en el freno.

Ahora, según parece, de nuevo está apretando el acelerador.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en Diciembre de 2005

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