Qué comentan los que comentan

¡Oh pared, me admira que sostengas tantas tonterías sin desmoronarte!”. Como lo demuestra esta inscripción encontrada en Pompeya, el deseo de expresar opiniones, no importa dónde o cómo, no es nuevo. Tampoco el de darles respuesta, agregarles algo o de anular su impacto

Lo que se ha bautizado modernamente como “feedback” o retroalimentación y que en la actualidad se expresa cabalmente en los blogs empezó con la historia del hombre, o casi. Uno de los registros mejor conservados es el de Pompeya, protegida por su mortaja volcánica durante siglos de los estragos del tiempo y de los vándalos. Las paredes de la ciudad están repletas de graffiti, algunos políticos, otras obscenos, algunos de alto vuelo lírico. Una secuencia notable se inicia con la frase: “Los que se aman llevan, como las abejas, una vida melosa”. Más abajo, en el mismo muro, otra mano comentó: “¡Cuánto me gustaría a mí!”. Y más abajo, otra añadió: “Los enamorados carecen de penas”.

A través del tiempo, la constante no ha sido el comentario sobre el comentario sino el encarnizado esfuerzo de los “poderes fácticos” por acallarlos. Molestan todas aquellas amenazas, supuestas o reales, al orden público, a la moral y las buenas costumbres o a la estabilidad del sistema imperante.

Esta permanente batalla entre la libertad de expresión y el deseo de poner bajo control las ideas, tuvo en Chile una nueva manifestación en agosto del año pasado. En la etapa final de la discusión en el Congreso de las reformas constitucionales, un grupo de diputados se empeñó –y fracasó- en mantener y reglamentar la protección a “la vida pública de las personas”. Es evidente que esta guerra no ha terminado todavía. Su persistencia se explica, en parte, porque hay quienes les temen a los medios de comunicación. No hace diferencia que desde Pompeya hasta hoy hayan dado un salto gigantesco. Quienes pueden impedirlo (o creen que pueden) no quieren que salgan a la luz pública determinadas informaciones y resienten el tono de muchos comentarios. La aparición de los “opinólogos”, una generación de comentaristas sueltos de lengua y rápidos con el computador, exarcerbó los temores. Por eso algunos sectores piden leyes más estrictas (“a estos gallos hay que tenerlos cortitos”, es su consigna) y otros, que creemos que el exceso de normas, aunque bien intencionadas, inevitablemente ahoga la libertad de expresión, sostenemos que se trata de un tema de responsabilidad ética, que fundamentalmente debe autorregularse.

El debate es complejo cuando se habla de información. Pero lo es mucho más cuando se entromete en el ancho terreno de las opiniones. ¿Qué podría ser motivo de queja ante cualquiera de los dos organismos de autorregulación que existen en Chile1? ¿El lenguaje, cuando fluye, con característica vehemencia, a veces insolente, como ha ocurrido desde el tiempo de los autores clásicos? ¿O los contenidos, las descalificaciones sin argumentaciones?

La respuesta, dado que las opiniones, como han repetido hasta el cansancio los tratadistas- deben ser libres, sin ataduras, no es sencilla. Buena parte de los códigos de ética periodística ni siquiera consideran este género..

Al considerar las eventuales infracciones a la ética periodística cometidas en los espacios de opinión, es necesario tener presente dos aspectos. 1.- El público –lector, auditor, telespectador, usuario- debe poder diferenciar entre información u opinión. 2.- Nunca un comentario puede basarse en datos o afirmaciones sabidamente falsos.

A estas alturas cabe preguntarse -como lo ha hecho más de algún autor a lo largo del tiempo- si el comentario, como tal, vale o no la pena. Hace medio siglo, en su obra El Periodismo, Horacio Hernández dio la respuesta que parece definitiva: “No se concibe el periodismo en esta segunda e importante función de comentar, a menos que lo dejemos trunco, limitado a la noticia”.

Hay espacio y vasto para el comentario. Y, como se puede apreciar a menudo, son los artículos de opinión los que provocan más heridas en la piel sensible de quienes se sienten afectados por ellos. Pero, sobre todo, en una honrosa historia, desde el célebre “Yo Acuso” de Zolá, sabemos que tienen efectos. A veces muy positivos. Del resultado de lo que se escribió en Pompeya, en cambio, no hay registros.

Notas:
1: Se trata del Tribunal de Etica y disciplina del Colegio de Periodistas y del consejo de Etica de los Medios de Comunicación. El primero se aboca a las denuncias por las faltas eventualmene cometidas por los profesionales y el segundo por los medios asociados a la federación de Medios.

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