La censura que no termina

La farándula es, sin duda, el sector más ambiguo frente al periodismo y los medios informativos: los mismos que no vacilan en exhibir desinhibidamente su intimidad cuando lo creen conveniente o necesario, suelen convertirse en los más encarnizados enemigos de los papparazzi y los destapadores de escándalos que antes alimentaron con entusiasmo

Saber esto no justifica los excesos en que han incurrido algunos medios chilenos, especialmente de televisión, en el último tiempo. Pero sirve para entender lo que ocurre: la seducción del rating, potenciado por el exhibicionismo de quienes quieren posicionarse ante el público, actúa como una droga, de cuya adicción cuesta salir. O, lo que es peor, se pretende lograrlo por la vía del silenciamiento obligado.

Ignorando, como lo hemos planteado en otras ocasiones, los mecanismos de autorregulación que han establecido tanto el Colegio de Periodistas de Chile como la Federación de Medios, muchos personajes públicos no los utilizan. Prefieren el camino de los tribunales de Justicia, siempre incierto e inevitablemente marcado por el rechazo y la polémica.

Es lo que ha ocurrido en el caso de la cantante Cecilia. Por largo tiempo en semirretiro, ha reaccionado con dureza frente a una biografía “no autorizada”, (término que sugiere -contrario sensu- que los periodistas deberían actuar normalmente como relacionadores públicos para evitar problemas) y la primera decisión de la Justicia ha sido retirar de circulación la obra cuestionada.

Tal como planteó editorialmente el diario El Mercurio, si lo que se pretende es “conservar los medios de prueba para comprobar el delito investigado... habría (bastado) que el tribunal asegure un ejemplar del libro y no toda la edición. Los jueces no lo han entendido así y los resultados son absurdos. El supuesto delito no puede probarse, ya que la censura no deja que surja el contexto en el cual el atentado a la honra puede ser evaluado y la incautación despierta en el público un interés artificial...

Para la comunidad de la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales, este caso es especialmente doloroso. Aunque el libro sufrió correcciones y ampliaciones para su edición comercial, su base fue una investigación del entonces estudiante Cristóbal Peña, quien se tituló como periodista y licenciado en Comunicación con ella, sin que se le hiciesen observaciones de tipo ético.

Independientemente del tono que pueda haber adquirido la obra en su versión definitiva, estamos seguros, como ya ocurrió con otras obras escritas por periodistas egresados de nuestra Universidad, que el autor se ha esforzado por realizar un trabajo acucioso, verificando datos y entregándolos de manera respetuosa. A los tribunales les corresponderá la última palabra. Antes de ella, sin embargo, la obra ya recibió un castigo que puede ser excesivo

La censura previa, como la que afecta a esta obra, es siempre reprobable. El principio de un periodismo ejercido responsablemente es que uno debe responder de cualquier agravio o exceso. Pero, aunque ello implique un riesgo, y la libertad siempre los tiene, no debería imponerse, como primera reacción, la prohibición, la censura o la requisición. No sólo porque priva a los lectores de los medios para formarse su propia opinión sino porque genera una serie de efectos no deseados.

Diciembre de 2002

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