Bonvallet, aspirante al Nobel

Un colega que ha vivido algunos años en España se muestra extrañado por la indiferencia con que se acogen los juicios -racistas, machistas, intolerantes hasta el fanatismo- del nuevo comentarista de Canal 13. Piensa que en esas latitudes (o en otras) su desafortunada comparación entre la pelota de fútbol y las mujeres, a las cuales hay que "acariciarlas" y "también pegarles de vez en cuando", habrían suscitado torrentes de protesta. No entiende qué pasa y cómo el canal -que ya no se sabe si representa o no a la universidad y por ende a la Iglesia Católica- permite estos excesos. Me limito a responderle que tampoco yo entiendo lo que pasa. Menos entiendo la explicación de la vocera del canal, María José Sánchez, quien -según "La Nación"- habría dicho que "Bonvallet se expresa como un poeta del fútbol y él usa esas comparaciones que han calificado como racistas, clasistas o machistas para despertar el patriotismo de los chilenos y no porque realmente sea así".

¡Dios nos libre de estos exégetas! Sabíamos que Bonvallet era un enviado de Dios. Lo dice él y lo dicen otros y otras. Pero... ¿poeta? El tercer Nobel chileno, según esta interpretación, no le va a tocar a Nicanor Parra sino a Eduardo Bonvallet.

No puedo creer que la adoración del rating, moderno dios del consumismo exacerbado, permita estos excesos.

Pienso en el presidente Alessandri quien, hace cuarenta años, trataba de impedir la instalación de la TV en Chile, convencido de que iba a significar la importación de hábitos dañinos. Cuando no pudo seguir conteniendo la presión, trató de desviar la corriente con un modelo original, el de los canales universitarios. No tuvo los óptimos resultados que él quería, pero tampoco fueron tan malos.

La Universidad de Chile, cuyo canal, desde la Escuela de Ingeniería, en Beauchef, vi nacer en 1960, contaba entre sus rostros estelares a Margot Loyola y Domingo Tessier. Su director, Raúl Aicardi y sus alumnos de entonces -de Toño Freire a Fernando Reyes Matta, entre otros- estaban convencidos de que había que hacer una televisión que ni siquiera creían necesario llamar cultural, porque para ellos cultura y TV debían ser sinónimos.

Hoy, en cambio, el canal que ocupa esa misma frecuencia se ha convertido en un paladín de la vulgaridad y la pobreza del lenguaje. Ninguna consideración por el público.

Jamás pudo imaginar siquiera el presidente Jorge Alessandri cuanta razón tenía al temer lo peor. Pero esto: las descalificaciones de Bonvallet, el cuerpo de un ser humano agonizante, la farándula en pleno que convierte a las víctimas del temporal en trampolin incómodo pero obligado para lograr más rating.... esto es mucho más de lo que nadie pudo imaginar hace 40 años.

Se podría pensar que no hay manera de impedir estos despropósitos sin recurrir a restricciones impuestas desde fuera. Como lo hemos dicho muchas veces, la idea es que los medios ejerzan la autorregulación, como una manera de equilibrar libertad y responsabilidad. Pero ello no siempre es suficiente. En ese caso, es el público el que debe reaccionar. Exigir mesura. Y, sobre todo, dejar de considerar como héroes a quienes hacen gala de su ignorancia, su falta de sensibilidad y su torpeza. Y, también, de quienes increíblemente los estimulan concediéndoles tribuna o calificándolos de genios incomprendidos de la poesía.

Publicado en el diario El Sur de Concepción el sábado 15 de junio de 2002