Pobre niño rico

Aunque muchos no lo crean posible, Bill Gates tiene amigos. A los que recibe en su casa en Seattle, grande, cara, ultramoderna, les proporciona un “pin” que se coloca en la solapa y sirve para todo: encender las luces, abrir las puertas o acomodar la temperatura. Pero no se piense que este genio de los computadores personales busca abrumar a los visitantes. Cuando el tema de moda era su “casa de cinco mil millones de dólares”, reiteró enfáticamente: “He querido incorporar las últimas innovaciones, pero de un modo suave, no intimidatorio.... La tecnología ha de estar a nuestro servicio; no podemos hacernos esclavos de ella, de eso estoy convencido”.

Quien así habla es el mismo humanista que tiene en su biblioteca, un Códice auténtico de Leonardo Da Vinci que le costó casi quince millones de dólares. y que le encargó los planos de la mansión a un arquitecto que evita todo lo que puede el uso del computador.

Hace apenas una semana, sin embargo, Gates chocó de frente con la ley cuando el juez de distrito Thomas Penfield Jackson resolvió que su empresa, Microsoft, “mantuvo su poder monopólico mediante medios anticompetitivos y trató de monopolizar el mercado de los navegadores (browsers) en la red”, al tiempo que amarraba de manera ilegal su buscador con el sistema operativo de sus equipos, en violación de la Ley Sherman”. El proceso todavía no termina: están pendientes las eventuales apelaciones y el juez Jackson no ha dictado su pena. Por ello no sería adecuado calificar a Gates y a su empresa de delincuentes, pero no cabe duda de que las acciones descritas por el juez constituyeron a fin de cuentas la base de su enorme fortuna, la mayor del mundo si se deja de lado algún sultán de un país petrolero.

Para gran parte de los lectores de diarios en nuestro país, el tema se reduce a la fortuna personal de Gates y a las pérdidas que significó, de inmediato la sentencia del juez Jackson. En ambos casos se produjeron pérdidas considerables: cerca de doce mil millones de dólares menos en el bolsillo personal de Gates y unos 80 mil millones menos en el valor de la empresa, debido a la caída inmediata del precio de sus acciones.

Ya está dicho: Gates no se ha rendido. Aparentemente se convenció que no le convenía un arreglo, sino que debía seguir la lucha en el plano judicial. El razonamiento se basaría en que los dos años que puede tardar el caso en llegar a los tribunales superiores, son importantes en la medida que se trata de una tecnología de rápido desarrollo. Lo que es hoy la clave del problema: el uso de navegadores como Explorer, el de Gates, o Netscape, el de la competencia, podría pasar rápidamente de moda y dejar atrás el nudo de la sentencia. Y hasta pudiera ser que Gates ganara en esas otras instancias. Sin muchos tapujos se ha dicho que podría convencer a otros jueces en otros tribunales.

Si le va mal y los cambios no son tan grandes como parece creer su futuro se complica: las posibilidades van desde fuertes multas a la división obligada de las empresas, de manera de que efectivamente se genere una libre competencia entre ellas y las otras que participan del mercado de los computadores y de los navegadores.

Nada de esto arredra a Gates. “Creemos que tenemos argumentos correctos”, dijo al anunciar que apelará. Y hay también importantes sectores norteamericanos que consideran que lo ocurrido es solo “un triunfo de los burócratas´ incapaces de crear nada” que se anidan en Washington. Esa es, por lo menos, la opinión de Daniel J. Mitchell de The Heritage Foundation.

No lo dicen, pero su última esperanza es que, en noviembre próximo, en las elecciones presidenciales, cuando todavía esté en curso este proceso, salgan los demócratas de la Casa Blanca y vuelvan a ella los republicanos. Ellos sí que se cuentan entre los amigos de Bill Gates.

Publicado en El Sur de Concepción, el 8 de Abril de 2000