Betty en el espejo

El fenómeno del éxito de “Yo soy Betty, la fea” parece inexplicable a primera vista. Se trata de una teleserie colombiana, con personajes que hablan con el característico acento de ese país, y donde la cercanía del Caribe se manifiesta de mil maneras, incluyendo la presencia de descendientes de los antiguos esclavos traídos del Africa. Pero no es este ambiente exótico el que cautiva a la tele-audiencia. Más cercanos eran, desde luego, los protagonistas de”Romané”, que aunque tenían también un sabor exótico, son fácilmente encontrables en nuestras calles y carreteras. Y qué decir de otras teleseries, ambientadas en Chiloé o en la Octava Región, que también tuvieron éxito, pero que no han sido capaces de competir con el culebrón colombiano.

Una explicación que valdría la pena profundizar reside en que, a mi juicio, hay millones de santiaguinos -y otros tantos chilenos urbanos- que se identifican fácilmente, más allá de los modismos locales, con la intriga oficinesca porque a menudo la viven en su propio trabajo. Igual como ha ocurrido con el segmento de La oficina, en el Jáppening con Já, en la empresa donde trabaja Betty hay personajes y maniobras que reconocemos fácilmente porque a menudo los tenemos al lado: son los intrigantes, los chismosos y, más a menudo de lo que uno quisiera, los jefes que pese a que declaran su fe en los más altos valores, no vacilan en intrigar entre bastidores.

Hoy día en Chile el tema de la probidad y la conducta ética está de moda, en especial en la administración pública. Es más que razonable: aunque sea un lugar común, es cierto que los sueldos y y los premios -merecidos o no- que cobran los funcionarios públicos, salen en último término de quienes pagan los impuestos, es decir, todos nosotros, todos los chilenos.

Pero lo anterior no nos puede hacer olvidar que la empresa privada asume crecientemente un papel más importante en la nueva economía, la que forma parte de la nueva Sociedad de la Información. No sólo es inevitable que así ocurra. es también deseable.

Pero en este tránsito a un mundo en que el estado debe ir cediendo posiciones, si no queremos llenarnos de leyes, reglamentos y todo tipo de restricciones, el mundo de la industria y los servicios debe asumir cada vez más una conducta transparente y responsable, El enriquecimiento rápido, las maniobras para engañar al público, a las autoridades o a los propios trabajadores de la empresa, no sólo es una traición a las expectativas generadas por la nueva sociedad. es también una forma de hacerse trampa a sí mismo.

Hace un tiempo, en un foro organizado por la revista Desafío, que ha abogado consistentemente por la primacía de los valores éticos, los participantes hicieron ver que la globalización, con todas sus ventajas, también encierra peligros: los chilenos que han salido a hacer negocios en el extranjero se han topado con culturas distintas en materia de sobornos. Lo mismo ha ocurrido, a un nivel muy personal, a los conductores, ya sea de grandes camiones o de pequeño vehículos particulares, cuyo encuentro con la policía de algunos países más allá de nuestras fronteras ha sido traumático. Y hay más.

Pero, como siempre ocurre, no basta con ver la paja -incluso la viga- en el ojo ajeno. Hay actitudes que a veces ocurren dentro de nuestras fronteras, en ámbitos muy cercanos. Hablar mal del jefe o del compañero de trabajo es una manera de envenenar el ambiente de trabajo. El tratar de aprovecharse de la ingenuidad de alguien -sobre todo de un subordinado- o de sus sentimientos, es también una forma innoble de hacer negocios. Pero que ello ocurre es, probablemente, la razón del éxito de Betty. Muchos podemos vernos allí retratados, como un espejo de feria: un poco deformes, pero bastante reconocibles después de todo.

(Publicado en Estrategia. 25 de octubre de 2000)