El aristócrata y el cowboy

Son dos hombres distintos y distantes. El destino, en una típica jugarreta, los ha colocado una vez más lado a lado. Ahí se perciben mejor sus diferencias. Y también las enormes responsabilidades que pesan sobre sus hombros.

Uno proviene de un país rico, que no solo ha acumulado riquezas materiales, sino que ha dado a la humanidad grandes pensadores, poetas, científicos, inventores y artistas. Su mayor tesoro son sus contactos familiares, los que le permitieron hacer una exitosa carrera política. Llegó al sitial que ahora ocupa hace tres años, gracias a un triunfo dudoso en una elección solo imaginable en un país pobre y subdesarrollado, con un sistema arcaico de recuento de votos.

El otro es hijo de uno de los continentes más pobres de nuestro mundo y ha hecho su carrera principalmente sobre la base de sus méritos. Es inteligente, es culto, es eficiente.

Uno, George W. Bush, actúa como si la única fuerza capaz de mover al mundo fuera la de las armas. Da la sensación de que escucha razones solamente cuando coinciden con sus planteamientos y en el conflicto de Irak fue precipitando los acontecimientos sin darse tiempo para escuchar razones, convencidos de que Sadam Hussein representaba una amenaza mortal para su patria. Cuando el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –incluyendo al representante chileno- no cedió a sus halagos ni a sus amenazas, en vez de rendirse, optó por el camino solitario. Unicamente su fiel amigo Tony Blair le dio respaldo y también, aunque con menos entusiasmo, José María Aznar.

¿El resultado? Una guerra que nadie quería, un costo brutal y –lo más importante- un escurridizo sobreviviente (Sadam Hussein) que ha mantenido encendido el fuego sagrado de la resistencia. Estados Unidos ha sufrido más en la posguerra que durante las batallas que llevaron a sus tropas a Bagdad.

Hoy, la cuenta, dice Bush, es de 87 mil millones de dólares para el primer año de ocupación. y reconstrucción, mientras prosigue la búsqueda de Hussein y de Osama Bin-laden “Es una cifra, anotó escéptico The New York Times, que muchos analistas estiman que puede quedar corta”.

Annan, en un informe previo a la Asamblea General en Nueva York, dibujó un retrato diferente del mundo en que vivimos. Tal como lo ha venido haciendo hace tiempo, coincidió con Bush en la necesidad de enfrentar el terrorismo, luchar por la paz y reformar las Naciones Unidas. Pero, poniendo un acento muy fuerte, afirmó que es indispensable hacer un gran esfuerzo por aminorar la pobreza y disminuir a la mitad en los próximos doce años el millón 200 mil seres humanos que viven con menos de un dólar al día.

Hasta ahora, dijo, todo el accionar de Naciones Unidas termina por hacer creer al mundo en desarrollo que “sus intereses y punto de vista no están siendo considerados”.

Fue, sin duda, una manera elegante de reprochar a Estados Unidos las obsesiones de su Presidente.

Septiembre de 2003.

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