Un ejemplo alemán

Millones de alemanes, desde Dresde, en la antigua República Democrática, hasta el remoto confín sudamericano donde está Chile, celebraron esta semana los diez años de la reunificación de su país. En octubre de 1990, menos de un año después de la caída del Muro de Berlín, aprovechando con gran sentido de oportunidad lo que un comentarista calificó como “una pequeña ventana abierta”, el entonces canciller Helmut Kohl forzó el término de la división del país.

Una década después, el balance es dulce como el mazapán y áspero como la mostaza. En la recepción diplomática en Santiago, el encargado de Negocios, Dieter Haller, proclamó su convencimiento de que la reunificación de Alemania ha hecho posible una meta más ambiciosa: la unidad de toda Europa, un paso necesario para garantizar la paz en este nuevo siglo. Pero en Dresde, convertida en el centro de las celebraciones, se mezclaron los festejos con los lamentos.

Aunque su situación económica sigue siendo sólida, Alemania ha debido pagar un alto precio en efectivo por la reunificación y también ha sufrido un incremento en el desempleo. Peor aún: las diferencias entre un sector y otro todavía no desaparecen. “Ossis”, los orientales, y “wessis”, los occidentales, todavía están tratando de hacer funcionar armónicamente sus muy diferentes sistemas económicos y modos de vida. La libertad, negada por décadas a los orientales, todavía les presenta facetas incómodas, en especial por lo que consideran un desmedido egoísmo de los occidentales. Estos, a su vez, los encuentran poco trabajadores y malagradecidos.

Según un informe de The New York Times, en la celebración en Dresde, el discurso más conmovedor fue el de Lothar de Maiziere, el último dirigente de la RDA antes de su disolución. Con frecuencia, señaló, la libertad se ve en Occidente como la libertad de “amasar ventajas personales”. Pero, según la versión del diario, “la libertad, correctamente entendida, debe incluir también un sentido de responsabilidad frente a las futuras generaciones y un convencimiento de que la verdadera prosperidad implica justicia para todos”

Lo que nadie niega es el papel que está jugando esta Alemania reunificada en el nuevo milenio.

Hace poco más de un mes, con motivo del aniversario del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, los representantes diplomáticos de Alemania y Polonia en Chile organizaron conjuntamente un singular concierto en el Instituto Goethe, en Santiago. En la ocasión se interpretó música de polacos (Chopin) y alemanes (Bach y Beethoven) y se presentó un excepcional coro de una Universidad Católica polaca.

Esa fue, sin duda, una noche de emociones, en especial porque el encargado de Negocios, Haller, no trepidó en recordar que la guerra estalló precisamente en la frontera entre Alemania y Polonia, en septiembre de 1939, por un incidente artificial provocado por el régimen de Hitler. Esta “tragedia”, dijo, costó la vida de millones de personas: judíos, polacos y también alemanes. Por ello, antes del canto y la música, consideró adecuado iniciar la velada pidiendo perdón públicamente.

Gestos como estos, no son frecuentes en nuestro mundo. Pero tampoco son totalmente desconocidos. Con cierta frecuencia, dignatarios de todo tipo, incluyendo la jerarquía católica encabezada por el Papa Juan Pablo II, han hecho lo mismo.

Tal vez el mundo –nuestro mundo- se haga un poco mejor en la medida en que la gente recuerda más, incluso las tragedias; celebra los buenos momentos aunque sus frutos todavía no estén plenamente logrados, y da las gracias cada vez que puede.

07 de Octubre de 2000