Ser ministro y sobrevivir para contarlo

El intercambio de bromas y sonrisas entre los ministros Edmundo Pérez Yoma y Francisco Vidal, el jueves pasado, permitió superar la impasse entre ambos. Pero ¿solucionó sus mutuas discrepancias? En toda pelea, especialmente en las familiares, no basta con que la autoridad (paterna, materna o presidencial) empuje a los protagonistas a darse la mano, un beso o lo que sea. Hay heridas más profundas que tardan en cicatrizar… si es que llegan a hacerlo. Nada cicatriza con puras palabras, ni siquiera el tradicional “sana, sana…

Yo tengo que informar a ustedes que a pesar de todos mis esfuerzos por tratar de sacar a Pancho Vidal del Palacio, está anclado", expresó en tono de broma Pérez Yoma, "Vamos a tener que convivir, y lamento que no podamos darles el gusto en estar peleados, porque no estamos peleados". Vidal, por su parte, indicó que permanecerá en La Moneda "juntando soldaditos de plomo". (Con ello, descartó la idea de trasladarse al Ministerio de Defensa, donde trataría con soldados de verdad).

Vivir (y trabajar) al lado del poder no es fácil. Hay una tentación casi inevitable de dejar de ser el que ejecuta instrucciones, para convertirse en quien tome las decisiones.

Los ministros secretarios generales de gobierno tienen, por lo menos dos funciones: ser portavoces y también ser los captadores de los estados de ánimo del electorado. Vidal ha asumido una tercera: ser el guardaespaldas político de Michelle Bachelet. Esta doble (o triple) función era vital cuando la industria de la opinión pública no se había consolidado. En la historia de Chile hay numerosos consejeros “áulicos” (“orejeros”, los llamaba Topaze), que cumplieron este papel. A mediados del siglo XX eran periodistas. Periodista era Ramón Cortez, que dirigió La Nación y desde allí se mantenía en contacto con el ocupante del edificio del frente (La Moneda), desde Gabriel González Videla a Jorge Alessandri. En tiempos de Frei Montalva se habló de un “ministro sin cartera”, que más tarde se la ganó en plenitud por méritos propios: Raúl Troncoso.

Nadie, sin embargo, llegó tan arriba como Francisco Javier Cuadra. Augusto Pinochet lo nombró en noviembre de 1984 y en corto plazo se peleó y anuló al ministro del Interior, Sergio Onofre Jarpa. El ex ministro Sergio Fernández lo advirtió tempranamente. En su libro -“Mi lucha por la democracia”- no ahorra críticas: “Me parecía que durante la gestión de mi predecesor en el Ministerio del Interior (Ricardo García), el ministro Cuadra había asumido un papel que, en algunos aspectos, aparecía en paralelo al del ministro García”. El mismo, al llegar por segunda vez a Interior, postuló para la Secretaría General de Gobierno a Orlando Poblete, porque “estimaba que la permanencia del anterior titular de esa cartera, Francisco Cuadra, no era adecuada en la nueva etapa política que iba a vivirse… Cuadra tenía una concepción y un estilo que no concordaban con los míos. De mantenerse esa situación, daría lugar a roces y desentendimientos…

Vidal, como Cuadra, tiene manejo de situaciones. Hace unos días, enfrentado en la Universidad Diego Portales por un grupo que protestaba contra la LGE, mostró dominio de la escena y convirtió –según los presentes- en mansos corderos a los inicialmente airados protestantes. Cuadra tenía otros métodos para acallar disidentes. Pero su sucesor actual no le va en zaga.

¿No debería empezar a preocuparse Pérez Yoma?

A. S.
27 de junio de 2008

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