Príncipe en las sombras

Lo conocí personalmente un día en que pasó –fugaz- por la redacción de Ercilla, en 1973. Las oficinas del tradicional semanario estaban en una acogedora casa en Providencia, a pasos del centro de Santiago. Los ecos de la creciente polarización de nuestro país llegaban hasta ahí, amortiguados por los árboles y algunos (todavía no muchos) edificios altos. En ese oasis, la presencia de Víctor Jara resultaba natural, aunque no compartiéramos sus posturas políticas. La revista tenía una tradición de respeto y apertura e intentaba mantenerla.

El cantautor nos visitó esa mañana para una entrevista. A primera vista –sobre todo, pienso hoy, debido a las tensiones del momento- no generaba muchas simpatías. Aunque, por supuesto, sí tenía abundantes admiradores y nunca pasaba inadvertido.

El tiempo ha ido suavizando los recuerdos. En la imagen que tengo de Víctor Jara me hacen mucha fuerza algunas de sus composiciones más conocidas, especialmente el “Te recuerdo, Amanda”. Fue un militante en una época en que todos lo éramos o queríamos serlo, porque habíamos vivido la maravillosa década de los 60 y su secuela de revoluciones y esperanzas, desde París (junio de 1968) a nuestro Chile pletórico de deseos de reformas y modelos de “hombres nuevos”.

Pero, sobre todo, el recuerdo de Víctor Jara es, para varias generaciones, incluyendo la mía, el de un sueño frustrado, brutalmente aplastado por el odio y la intolerancia.

Según la reconstrucción hecha por el periodista Cristóbal Peña de los últimos días de Jara, pese a los muchos testigos del mal trato que sufrió, no los hay de su muerte. Sólo queda el informe de la autopsia realizada paradojalmente el 18 de septiembre de 1973. El documento firmado por el doctor Ezequiel Jiménez Ferry , precisa que se trata de un “cadáver de sexo masculino, que yace vestido con la ropa manchada…. En la región parietal derecha hay dos superficies de entrada de bala; en la región torácica hay 16 orificios de entrada de bala y doce orificios de salida de diferentes tamaños. En el abdomen hay seis orificios de entrada de bala y catorce de salida. Conclusiones: las causas de muerte son las heridas múltiples de bala”.

El periodista Peña obtuvo con este relato el primer premio del concurso Periodismo de Excelencia 2004 de la Universidad Alberto Hurtado y fue finalista tras el galardón del Nuevo Periodismo Iberoamericano. Tenía cuatro años cuando Víctor Jara fue asesinado. Investigó en profundidad sus breves días de detención en el Estado Chile (rebautizado hoy con su nombre) y habló con Amanda, su hija. El resultado es una mezcla explosiva de emociones, rabia y amarga denuncia. En ella asoma la figura del principal torturador de Jara, quien probablemente, lo ultimó. Era un hombre que los sobrevivientes del Estadio Chile no han olvidado: “se vanagloriaba del timbre de su voz porque, a diferencia de otros, no necesitaba micrófono para dirigirse a los detenidos”, recordó Osiel Núñez, uno de ellos. Y agregó: “Después que respondíamos a sus gritos, nos miraba y decía: ‘Qué bien hablo. Soy un príncipe’”.

El príncipe del Estadio Chile (hoy Estadio Víctor Jara) nunca ha sido identificado. La semana pasada, el ministro Juan Fuentes Beldar dio por finalizado en primera instancia el sumario por la muerte de Jara. Determinó encausar a una sola persona: el comandante del recinto. Se le acusa, como autor no material del crimen. El Príncipe, en cambio, sigue a salvo.

A. S.
16 de Mayo de 2008

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