Trafalgar: una mirada española

Como chilenos, que tomamos más en cuenta las derrotas -Rancagua, Iquique, La Concepción- que las victorias, debería sorprendernos la urgencia que siente el periodista y escritor español Arturo Pérez-Reverte por rescatar del olvido la tragedia de Trafalgar. Mientras los ingleses, que triunfaron en el combate aunque perdieron al almirante Nelson, le rinden homenaje desde el corazón de Londres, en la costa atlántica, entre Cádiz y Tenerife, los perdedores no han colocado "ni una mísera piedra o placa" de recuerdo.

Debería haber un monumento. Hace dos siglos, en el enfrentamiento de las escuadras combinadas de Francia y España contra la de Gran Bretaña, murieron más de cuatro mil hombres y, como sintetiza Pérez-Reverte, "perdimos la flota, el dominio del mar y América, y a cambio los ingleses siguieron dominando el mar durante 150 años".

Para superar el olvido, con la complicidad de la Editorial Alfaguara, Pérez-Reverte escribió "Cabo Trafalgar". En ella, situándose a bordo de un buque ficticio (el Antilla), describe esas horas cruciales del 21 de octubre de 1805. A su experiencia como corresponsal de guerra (en Beirut, Sarajevo y Etiopía) sumó su amor por el mar y una rigurosa investigación en la que colaboraron especialistas de alto nivel que bucearon en archivos españoles y de Francia. El resultado puede sorprender a muchos lectores ya que estamos más habituados a la mirada británica que destaca la exitosa estrategia de Nelson, su audacia al instalarse de uniforme sobre el puente del Victory pese a que eso lo hacía blanco fácil de los tiradores (como efectivamente ocurrió) y la lealtad de sus marinos y la admiración de sus compatriotas. Salvo Pérez Galdós, prácticamente ningún español se había aventurado a novelar la intimidad de este trágico episodio y los estudios históricos son escasos. Pérez-Reverte culpa sin atenuantes al hombre fuerte detrás del trono, Manuel Godoy, "un político miserable y servil (que) manda a la muerte a un montón de hombres... para complacer a Napoleón". Pero reivindica la dignidad de soldados y marineros, muchos de ellos reclutados a la fuerza, a los cuales dedica un capítulo titulado Carne de cañón.

La obra se sostiene sobre pilares intransables: la responsabilidad de los políticos, la valentía de los tripulantes forzados y la grandeza del mando español, dispuesto a morir, al revés de la mayoría de los franceses, que abandonaron tempranamente el campo de batalla. Es novela y, por lo tanto, recurre a una legítima toma de posiciones. Ello explica que, mientras la literatura inglesa suele centrarse en la actuación de Horacio Nelson (desde el momento en que es herido fatalmente hasta el regreso a casa de su cadáver, conservado en un tonel de licor), para el autor de Cabo Trafalgar, el almirante inglés es apenas una sombra distante en este escenario de sangre y fuego.

Se oirá hablar mucho de Trafalgar en los próximos meses.

En Portsmouth habrá una semana de conmemoraciones en junio y homenajes en octubre, en Londres, obviamente en Trafalgar Square. Pero nadie lo hará con la audacia de Pérez Reverte que revive el episodio en una perspectiva propia, sin importarle los anacronismos, preocupado sólo del rigor de las descripciones, las que subraya con onomatopeyas propias del lenguaje del comic. Aquí la artillería no dispara; hace "pumba, pumba, pumba"; los fusiles y pistolas, "crac, crac, crac", y los mosquetes "pam, pam, pam", mientras que las balas se estrellan contra los tablones: "Chac, chac, chac".

Pero no es un comic. Es un drama de la vida real que ocurrió hace 200 años.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en Marzo de 2005

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