Bush en el pantano

Desde el punto de vista de la “producción”, el ataque a las torres gemelas, el 11 de septiembre de 2001, fue una obra maestra. El choque del primer avión congregó de inmediato a la prensa y la televisión. Cuando, minutos después, apareció la segunda nave y se estrelló contra la torre sur, el mundo entero estaba mirando por la ventana. Como señaló más tarde Dominique Wolton, sociólogo del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia, “por primera vez en la historia, un incidente bélico tuvo lugar de manera simultanea con la información”.

Dos años y medio después, parece que el “timing” no sólo se concentró en esos minutos cruciales. Los estrategos de Al Qaeda pudieron estar pensando también en una perspectiva de más largo plazo, por ejemplo, en la elección presidencial norteamericana de 2004. Es probable que no hayan hecho. Pero los resultados, como una bomba teledirigida, han sido devastadoramente precisos.

El 2001 George W. Bush, que había triunfado precariamente en las urnas, se convirtió en un Presidente extraordinariamente popular. Enfrentados a un desafío externo, los ciudadanos norteamericanos reaccionaron como siempre lo han hecho: con fervor patriótico, cerrando filas en torno a la Casa Blanca. Pero la popularidad es un capital escurridizo: en los últimos días, después de sucesivas campañas exitosas contra el régimen de los talibanes, en Afganistán, y contra Saddam Hussein, en Irak, Bush se encontró en un pantano solo comparable al de Vietnam.

Antes de la invasión, hace más de un año, la revista Time, sobre la base de trascendidos del Pentágono, informaba que en Irak actuarían, después del primer ataque, equipos multidisciplinarios con los necesarios conocimientos para manejar adecuadamente los hallazgos de armas de destrucción masiva y a mantener bajo control a los iraquíes que –se suponía- podrían mostrarse excesivamente entusiasmados frente a sus liberadores.

La primera tarea no se pudo cumplir ya que nunca se hallaron las armas que justificaron la guerra. Y el entusiasmo de los iraquíes duró un instante fugaz, mientras algunos exaltados derribaban las estatuas de Hussein. Después vino un largo túnel lleno de incertidumbres, que desembocó en la revelación de que los libertadores han sido también crueles verdugos.

En los últimos días, en vez de desfiles triunfales, en Estados Unidos hubo una ininterrumpida serie de apariciones de autoridades que trataban de explicar lo inexplicable. El propio Bush habló para dos cadenas árabes, asegurando que el maltrato de los detenidos “no representa a la América (por Estados Unidos) que yo conozco” y dio explicaciones al Rey de Jordania. Fue categórico al reconocer la ciudadanía norteamericana estaba consternada y reiteró que los abusos denunciados por la prensa no quedarán impunes: “encontraremos la verdad, investigaremos completamente. El mundo conocerá la investigación y se hará justicia”.

Todo esto, claro, pudo haberse evitado si no hubiese habido una guerra. Parece axiomático que la violencia , cualquiera sea su origen o justificación, inevitablemente genera más violencia. En Irak los jóvenes soldados norteamericanos se han visto sometidos a tensiones y terrores que solo conocían en la televisión y los juegos electrónicos. Su brutal reacción fue torturar y humillar prisioneros inermes.

Es que ahora saben que la realidad es siempre más dura que la ficción.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas el 8 de Mayo de 2004

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