El Santo Hurtado

Habrá una gran fiesta. De hecho, ya comenzó. Como dijo el Presidente Ricardo Lagos, la canonización del Padre Hurtado es algo que debe enorgullecernos a todos porque "enriquece a Chile".¿Qué duda cabe? El embajador Máximo Pacheco le agradeció al Papa a nombre de los quince millones de chilenos. Pero en esta explosión de alegría creo que necesitamos alguna cautela. No se cuestionan el santo ni el milagro, pero parece conveniente que nos cuestionemos nosotros mismos.

¿Qué nos diría hoy el Padre Hurtado? ¿Qué le diríamos?

Tal vez formularía la misma pregunta que hizo en su tiempo: ¿Es Chile un país católico?. ¿Cuál sería la respuesta?

La conferencia episcopal, que se ha alegrado con la pronta canonización del Padre Hurtado, siente que Chile es un país cuya fe está en peligro. Con frecuencia los obispos denuncian situaciones de injusticia y que afectan de manera especialmente dolorosa a los niños, a los pobres, a los ancianos. En el último tiempo, además, los obispos han levantado su voz con insistente preocupación frente a los llamados “temas valóricos” en discusión: la aprobación de la ley de divorcio, la píldora del día después, el relajo en las costumbres.

En Semana Santa, la aparición de una edición especial de la revista Plan B les pareció especialmente ofensiva: “un grave insulto a nuestra fe”. Pero el tema es, por cierto, más complejo.

El 16 de abril, con motivo del quinto aniversario del fallecimiento del cardenal Raúl Silva Henríquez se realizó un encuentro en la antigua sede del Congreso Nacional con el título de “El Alma de Chile”. Allí, inevitablemente, se recordó la vasta tarea del Cardenal Silva en defensa de los derechos humanos durante el régimen militar (la Vicaría de la Solidaridad) y las numerosas obras que se deben a su iniciativa, que van desde el impulso pionero a la reforma agraria, viviendas populares (Invica), herramientas para canalizar la ayuda externa (Caritas-Chile), alfabetización popular y apoyo al sindicalismo organizado, junto con una presencia significativa en el Concilio Vaticano II.

Hay gremios, que sin ser confesionales, coinciden en que Chile, en aspectos económicos y sociales, no es un país católico. Las temporeras, los trabajadores de la salud, los profesores, el mundo de las poblaciones que sufre falta de seguridad frente a la delincuencia y la amenaza permanente de la droga, sienten que las estadísticas, que nos dicen que Chile tiene una situación privilegiada en el continente, con menos de un dos por ciento de su población bajo “la línea de pobreza”, no les dan una respuesta suficiente o adecuada a sus necesidades.

Puede ser –y este es un tema que preocupaba al padre Hurtado- que se resientan porque todos los días viven en carne propia el “coeficiente de desigualdad” que, medido a nivel internacional, coloca a Chile en el tercer grupo, el más desigual del continente, junto a México y Brasil. Es la manera –imperfecta, claro- de medir la distancia, a veces brutal, de los ingresos entre los chilenos. Hoy hay menos pobres en Chile que en tiempos del padre Hurtado, pero hay más diferencias. Las encuestas oficiales muestran que mientras el diez por ciento de los hogares más ricos alcanza una participación en el ingreso en torno al 41 por ciento; el diez por ciento más pobre sólo recibe un 1,5 por ciento del ingreso monetario.

Más que una fiesta, habría que hacer un gran retiro espiritual, creo yo.

Abril de 2004

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