La rebelión de los generales (R)

El malestar, que venía incubándose por meses, alcanzó su punto más alto en marzo pasado, cuando se cumplió el tercer aniversario de la invasión de Irak. Mientras el Presidente George W. Bush sacaban cuentas alegres, la mayoría de los analistas se mostraba menos optimista.

El pueblo iraquí, proclamó Bush, ha pasado de vivir bajo la bota de un tirano brutal a la liberación, a la soberanía, a las elecciones libres, a un referendum constitucional y, en diciembre pasado, a elecciones para un gobierno completamente constitucional”. En cambio, el ex Primer Ministro interino Ayad Allawi, aclamado alguna vez por el propio Bush como el tipo de líder necesario en Irak, expresó su preocupación porque su país está en medio de una verdadera guerra civil. Recordando que cada día muere un promedio de 50 a 60 personas o más, se preguntó retóricamente: “Si esto no es una guerra civil, solo Dios sabe entonces qué es una guerra civil”.

Un mes más tarde, pese a los esfuerzos del gobierno norteamericano, la situación no ha mejorado. Al revés, la percepción interna, que no era buena, se agravó por el estallido de una rebelión de generales en retiro.

Aunque se trata apenas de seis, es decir una mínima parte del enorme ejército de oficiales de alto rango que ya gozan de jubilación, el llamado de alerta, acompañado de una petición de renuncia al secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, resultó significativo en un país donde los militares solo se rebelan en las novelas y el cine, nunca en la realidad.

Los críticos hicieron ver que la conducción de la guerra había tenido graves deficiencias. Algunos de los seis sostuvieron, además, que Rumsfeld tenía tan intimidados a los jefes militares que estos no se atrevieron a expresar sus observaciones, pese a estar convencidos de que se estaban cometiendo graves errores.

El primer choque de opiniones se produjo cuando se recordó que en febrero de 2003, ante el Congreso, el general Erik K. Shinseki había afirmado que en caso de invadir Irak se necesitarían más tropas que las previstas públicamente por Rumsfeld. El general Shinseki se basaba en su experiencia como comandante de las fuerzas de Paz en Bosnia y su convencimiento de que Irak es un país “con el tipo de tensiones étnicas que puede llevar a nuevos problemas”. El segundo hombre del Pentágono, Paul D. Wolfowitz, desestimó entonces estos temores asegurando que los norteamericanos iban a ser bienvenidos en Irak. Insistió, además, que es un país históricamente sin tensiones étnicas. Hace una semana, precisamente, The New York Times señaló que “las tropas en Irak, han dicho que las luchas sectarias les recuerdan la situación de la ex Yugoslavia”.

La idea de que, desde el comienzo se habrían necesitado más soldados para garantizar el éxito de la invasión ha sido apoyado por otros analistas. Pese a ello, el Presidente Bush ha reiterado una y otra vez su confianza en Rumsfeld. Los que no están tan seguros son los propios iraquíes. En febrero, el ataque con bombas en una conocida mezquita dio comienzo a un éxodo masivo. Desde entonces, la huida hacia Jordania y Egipto, según informó la Associated Press la semana pasada, ha ido creciendo. Las cifras de refugiados de este año varían entre 40 mil y 65 mil iraquíes. Es casi el doble del número de muertos civiles en los últimos tres años.

No es difícil creer que en Irak se libra efectivamente una cruenta guerra civil.

Publicado en el diario El Sur de Concepción en Abril de 2006

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