Judith bajo el peso de la ley

Dista de ser un caso ideal”, editorializó el jueves pasado The New York Times. Por el contrario, agregó, es la “escalofriante conclusión de un caso confuso”. Se refería al episodio que llevó a la cárcel a la periodista Judith Miller y puso en el tapete uno de los principios básicos del periodismo: el secreto de una fuente que pide no ser identificada.

Confusa” es lo menos que se puede decir de una historia que comenzó con una denuncia contra el gobierno de George W. Bush por filtrar –aparentemente como represalia- la identidad de una agente encubierta. Aunque hay varios periodistas implicados, Judith Miller es la única detenida. Ella, sin embargo, nunca llegó a escribir o publicar un reportaje sobre el tema. Pero también podría decirse que su controvertida personalidad ha contribuido a enrarecer la situación: sus detractores insisten en que Judith Miller sostuvo con entusiasmo la tesis oficial de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva. También se ha cuestionado su uso excesivo de fuentes no identificadas, un tema que ahora, sin embargo, la convierte en una heroína, “en un momento de orgullo y pesar” para su diario..

Como un círculo fatal, el drama empieza y se cierra en The New York Times.

Justo hace dos años, en las páginas de tribuna del diario (“Op-Ed”) el embajador jubilado Joseph Wilson sostuvo que el gobierno de Bush había falseado los datos acerca de las presuntas adquisiciones de uranio enriquecido por parte de Saddam Hussein. La suya era una opinión autorizada porque tuvo el encargo de investigar oficialmente el tema y no encontró prueba alguna. Poco después, el columnista Robert Novak reveló que la esposa de Wilson, Valerie Plame, era una agente encubierta de la CIA. El retorcido mensaje era que no habría compasión con quien no estuviera ciento por ciento con la versión oficial.

En ese momento, según lo recordó ahora, The New York Times pidió editorialmente que se esclareciera el asunto. Y mientras el periodista Matthew Cooper, de Time, aportaba más antecedentes sobre el caso, Judith Miller, de brillante carrera en El Cairo, París y Washington, hacía su propia investigación. Tanto Cooper como Miller se comprometieron con sus fuentes a no revelar sus nombres.

Para la indagación oficial ya han sido entrevistados el Presidente Bush, el Vicepresidente Cheney, el ex Secretario de Estado, Colin Powell y el principal asesor político de la presidencia, Karl Rove, entre otros. Se ha publicado que este último fue quien reveló el nombre de la agente de la CIA. De ser así, podría ser condenado a la cárcel. Pero todavía falta para ello.

Por ahora, un empecinado fiscal pidió que se aplicara la ley y un juez –Thomas Hogan- acogió el pedido luego que la Corte Suprema se negó a considerar la situación. El juez ordenó el arresto de la periodista en una prisión de Washington por desobedecer a la Corte al negarse a prestar declaraciones ante un Gran Jurado. Time, entretanto, decidió que no seguiría luchando y que acataría la orden judicial, pese al rechazo del periodista Cooper. Este, que anunció que también estaba dispuesto a ir a prisión, cambió de parecer el miércoles porque la fuente anónima lo relevó, según dijo, de su compromiso.

Judith Miller, en cambio, no tuvo alternativa. En palabras del director ejecutivo de The New York Times, por haber actuado “según sus principios”, recibió una sentencia ”draconiana, que castiga a una periodista honorable”.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en Julio de 2005

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