Terrorismo en Londres, temor global

A pesar de los pesares, la flema británica ganó la batalla. Igual como tantas veces en su historia, en especial durante los bombardeos en la Segunda Guerra Mundial, los londinenses mostraron que su mejor cualidad es la de no dejarse abatir fácilmente. Lo demostró Davinia Turrell, la joven abogada que figuró en la portada en los diarios del mundo con su rostro cubierto de vendajes blancos, a la salida de la estación de Edgware Road, después del ataque terrorista del 7 de julio. Pese a las quemaduras, se dijo que la joven de 24 años había vuelto a sonreír.

Las sonrisas, sin embargo, van a ser más escasas en el futuro y no solo en la capital inglesa La paciente labor de Scotland Yard reveló, antes que pasara una semana de los atentados, que los responsables eran jóvenes británicos de origen pakistaní, de buena situación económica, procedentes de Beeston, un suburbio de Leeds. El viaje en tren demora dos horas hasta Londres y llega justo a la estación King's Cross, ahora de triste fama. Según los registros de video de la estación, los integrantes del comando llegaron poco después de las 8:30 de la mañana del jueves 7 de julio. Poco después realizaron su faena, coordinados con precisión cronométrica según se determinó finalmente.

Más inquietante, sin embargo, fue la comprobación de que se trataba de suicidas dispuestos a inmolarse por sus ideales. Los expertos en seguridad suponían que tarde o temprano esta mortal epidemia llegaría a Occidente. Pero los ciudadanos comunes y corrientes no parecían darse cuenta del peligro. La recurrencia de los ataques tipo kamikaze (más de 200 en la última década en Israel y el territorio palestino; más de 500 en Irak en los últimos dos años), parece haber adormecido la conciencia pública. Lo mismo sucede con los ataques terroristas contra trenes subterráneos (en Moscú y Tokio) de superficie (en India y Sri Lanka), que han causado centenares de víctimas.

El cambio de escenario y de protagonistas debería producir, por lo menos, dos efectos. En primer lugar, despertar la conciencia de que definitivamente la plaga es una pandemia y sus golpes se pueden sentir en todas las latitudes y longitudes. Y, pese a que en este mundo globalizado en que vivimos todavía se pueden cerrar puertas, puertos y fronteras, esta es una solución que no sirve frente a un enemigo que ya está dentro. Lo segundo va de la mano con esta primera comprobación. Como escribió el columnista Thomas L. Friedman en The New York Times, el recelo que se acrecienta ahora en las sociedades de occidente frente a las comunidades musulmanas, "las mayores tensiones internas que surgen y la creciente alienación de sus jóvenes musulmanes ya alienados... es exactamente lo que Osama bin-Laden soñaba el 11 de septiembre de 2001: crear un gran abismo entre el mundo musulmán y el occidente globalizado".

En otras palabras, ya no se trata de un problema que deban resolver, en último término, autoridades árabes frente a compatriotas que se declaran en rebeldía. Parece cumplirse el anuncio apocalíptico de Samuel Huntington de que se nos venía enciuma "un choque de civilizaciones".

Los chilenos, en nuestra isla lejana, todavía protegidos por el baluarte andino y el desierto, y sobre todo por la distancia, pensamos que nada de estos implica un riesgo directo para nosotros. Lo demuestran todas las encuestas, incluida una de especialistas de la Universidad Diego Portales publicada en los últimos días. Pero puede ser solo un espejismo.

En el mundo globalizado nadie está verdaderamente a salvo del terrorismo.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en Julio de 2005

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