La hora de la verdad

Hace 51 años exactamente, en agosto de 1955, se publicó uno de los libros más significativos de Eduardo Frei Montalva: "La verdad tiene su hora". Era un ensayo que terminó de proyectarlo como estadista sobre la doble base de su formación cristiana e intelectual. Su fórmula era un rechazo frontal al facilismo, al tiempo que censuraba la tendencia "a gozar del presente con una acrecentada velocidad en las exigencias y una disminuida capacidad de sacrificio y creación".

Después de medio siglo, cabe preguntarse hasta qué punto este diagnóstico sigue siendo válido, pese a las muchas revoluciones que hemos vivido los chilenos y el mundo entero. Pero, esta semana, la afirmación del título de esta obra de Frei resonó con nueva fuerza cuando, finalmente, le llegó "la hora de la verdad" a uno de los testigos más cercanos de su muerte, el médico Augusto Larraín.

Según la versión de este cirujano, que fue quien operó en la primera oportunidad a Frei Montalva, no fue durante su intervención que se produjo el contagio fatal. "Hubo mano negra. Mi opinión es que hubo un agente químico externo", asegura.

Con estas declaraciones se estaría cerrando el círculo que inicialmente fue sólo de sospechas y que -en especial por la insistencia de la familia del ex mandatario- ha permitido profundizar la investigación en torno a su muerte, ocurrida el 22 de enero de 1982.

La conclusión provisoria -"la verdad periodística", habría que decir, a la espera de la "verdad judicial"- es que se trató de un siniestro montaje realizado con conocimiento y posiblemente por instrucciones de las autoridades que gobernaban el país en ese momento.

Al comenzar la década de los 80, mientras el régimen militar pretendía consolidarse con una nueva Constitución, se empezaban a advertir los efectos de la que sería una profunda crisis económica. Con las fuerzas de la Unidad Popular en el exilio o implacablemente perseguidas en el país, e incluso en el exterior, la única corriente capaz de oponerse al control total que buscaba el régimen de Augusto Pinochet estaba representado por las fuerzas de centro.

No es casualidad que dos dirigentes moderados, como Tucapel Jiménez y el propio Frei Montalva, se hayan convertido en el blanco de la ira oficial. Representaban sectores capaces de poner una resistencia efectiva a los planes del gobierno, que no podía obviar ciertas reglas del juego democrático.

El pecado de Frei fue el convertirse en el vocero de la oposición en el plebiscito de 1980. El de Tucapel Jiménez, asumir el liderazgo del movimiento de los trabajadores, tan afectados por la dura política económica.

En el caso de Frei, probablemente conscientes de su figuración internacional, actuaron con extremada sofisticación. Con Jiménez, fueron más directos.

Con uno y otro hubo un asesinato más, por lo menos: el químico Eugenio Berríos, aparente cómplice en la muerte de Frei, y el carpintero Juan Alegría, utilizado fríamente para esconder a los autores del asesinato de Jiménez.

En ambos casos, como anticipara proféticamente el propio Frei, la hora de la verdad ha llegado... o está llegando.

Publicado en el diario El Sur de Concepción, Agosto de 2006

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