Don Jaime: el hombre y el intelectual

Cuando fue ministro, en los años 60, Jaime Castillo Velasco tuvo una amplia oficina en un edificio antiguo en calle Teatinos, a poca distancia de La Moneda. El suyo era el Ministerio de Tierras y Colonización, hoy rebautizado como Bienes Nacionales y con funciones nuevas. En esos años, en cambio, su destino parecía sellado: ya no había territorios que colonizar y el cargo, sin desmerecer los méritos administrativos de don Jaime, le permitió a Eduardo Frei Montalva tenerlo cerca, con su aguda visión y sus prudentes consejos. Por lo menos, eso me pareció siempre porque ahí lo conocí y ahí aprendí a respetarlo por la lucidez de sus análisis. Era entonces director de Política y Espíritu y yo colaboraba con los comentarios internacionales.

Por esos años Jaime Castillo, distinguido contertulio de los encuentros permanentes en la librería del Pacífico, en calle Ahumada, era integrante del Congreso por la Libertad de la Cultura, lo que después le traería muchas recriminaciones y no pocos dolores de cabeza. Lo que pasa es que, tras una fachada impecable, avalada por Jacques Maritain, el filósofo máximo de la democracia cristiana mundial y el español Carlos de Baráibar, perseguido por la dictadura de Franco, el dichoso Congreso resultó ser solo otro de los frentes en los cuales se libró la Guerra Fría. En el conflicto, cuyos combates fueron sin bombas ni disparos, pero con mucha artillería verbal e ingentes sumas de dinero gastadas por los dos colosos surgidos en 1945, el mundo, más que por una Cortina de Hierro –como la definió Churchill- estaba cruzado por un gran espejo: las instituciones de un lado tenían su réplica en el otro. Había organizaciones estudiantiles de occidente y organizaciones estudiantiles del este comunista. Y así, hasta el agobio: organizaciones paralelas de mujeres, de trabajadores, de jóvenes, de niños ... y, por supuesto, de intelectuales.

Como explicó muchos años después, en una entrevista publicada en la versión electrónica de Política y Espíritu, para Jaime Castillo su presencia en el Congreso fue sólo una etapa en una campaña permanente a lo largo de su vida: la lucha contra toda dictadura y la defensa de los derechos humanos. En esos años, hace medio siglo, el estalinismo se mostraba tan cruel e implacable como lo había sido el recién derrotado nazismo. Y en América Latina, se insinuaba otro gran combate: la denuncia contra los dictadores como el que, en esos años, dominaba República Dominicana, Rafael Leonidas Trujillo, que había tenido la audacia de ponerle su nombre a la histórica ciudad de Santo Domingo.

Nada de esto, sin embargo, nos anunció al verdadero Jaime Castillo Velasco, el tenaz luchador por los derechos humanos en los años del régimen militar. Su afición a la hípica y al boxeo parecían contradecir su valerosa vocación intelectual. Y esta visión suya, de tanta claridad doctrinaria, parecía que nunca lo convertiría en un incansable líder en la denuncia de las violaciones de los derechos humanos. Su claridad mental era constante motivo de irritación, su devastadora lógica agregaba más motivos de enojo en las autoridades. Los sectores de izquierda, especialmente los comunistas, descubrieron pronto su consecuencia y pasaron del rechazo al integrante del Congreso por la Libertad de la Cultura al aprecio del hombre íntegro, defensor de todos los perseguidos, hasta convertirse él mismo en un exiliado a la fuerza.

Pasión por la defensa de la dignidad de los seres humanos. Claridad en la argumentación. Calidad humana. Jaime Castillo, ese ministro en un ministerio olvidado de los años 60 nos ha dejado una gran lección a todos los chilenos.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas el 1° de noviembre de 2003

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