Irak pasa la cuenta

En un mundo de paradojas, la guerra puede ser una bendición y la democracia una maldición. Es, aparentemente, lo que está ocurriendo en Estados Unidos, en vísperas de las elecciones parlamentarias.

Los hechos se fueron precipitando a medida que se acercaba la fecha de los comicios parlamentarios de noviembre. Lo más importante, sin duda, es que la guerra en Irak, cuya victoria proclamó el propio Presidente George Bush hace tres años, no progresa. La cifra de muertos civiles, según la revista médica británica The Lancet llegaría a cien mil, y los norteamericanos que han perecido (en su mayoría en combate) desde marzo de 2003, suman oficialmente 2786.

La semana pasada, en un reconocimiento de algo que para muchos parece obvio, Bush aceptó en una entrevista que “el nivel de violencia ciertamente aumentó”. Sin embargo, cuando los comentaristas advirtieron un cierto paralelo con la situación de Vietnam, el portavoz de la Casa Blanca, Tony Snow salió al paso diciendo que “el Presidente no hizo más que repetir lo que ya había dicho antes”.

Lo que nadie en el gobierno norteamericano quiere recordar ahora es que en mayo de 2003 Bush proclamó triunfalmente que “en la batalla de Irak, los Estados Unidos y sus aliados se han impuesto. Y ahora nuestra coalición está empeñada en la seguridad y en la reconstrucción de ese país”.

Ahora, señaló el comentarista Simon Hooper de CNN, “con Irak entrampado en un ciclo interminable de violencia, Bush enfrenta crecientes llamados de los líderes militares y de sus propios consejeros políticos para que apriete el botón rojo de ‘abortar la misión’”.

Personalmente el Presidente norteamericano –quien ganó su primer período en una dudosa batalla en Florida- no tiene nada que perder desde el punto de vista electoral. Pero de todos modos, es difícil que esté satisfecho. La última encuesta de la propia CNN muestra que el 64 por ciento de los norteamericanos (prácticamente dos de cada tres) piensa que la guerra en Irak fue un error. Ello explicaría la importancia del estudio que se filtró a la prensa en los últimos días y que propone, lisa y llanamente, que Estados Unidos organice su retirada. Presidido por James Baker, quien fue secretario de Estado de Bush padre, el grupo de trabajo fue creado por el Congreso.

Pero la mirada no se posa solo en el exterior. El nerviosismo republicano se hizo mayor en septiembre, luego que el representante Mark Foley renunciara pese a ir muy bien en las encuestas, tras reconocer que enviaba mensajes de contenido sexual a ayudantes del Congreso. No sólo eso. También hubo reacciones adversas porque en las filas partidistas se escondió este hecho, que ya había trascendido mucho antes.

El resultado de todo esto, es que, a pesar del desafío de Corea del Norte al iniciar sus ensayos nucleares, nadie piensa que Estados Unidos va a ir a la guerra para castigar a Kim Jong-Il.

Eso es lo bueno de una guerra prácticamente perdida. Lo malo es que el conflicto se inició conforme todos los procesos democráticos, al calor de la ola patriótica que siguió a los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.

Lo único que faltó –y no es un detalle menor- fue una buena información: Saddam Hussein no era cómplice de Osama bin-Laden en las acciones terroristas; Irak no tenía las armas de destrucción masiva que se dijo y, lo peor, la guerra no se ganó con la facilidad que se presumía.

20 de octubre de 2006

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