Hervi, el demoledor.

Bajo el influjo de “Chao, no más”, recopilación de caricaturas de Hernán Vidal, Hervi, estuve tentado de convertir este comentario en una declaración como las que hice más de una vez en el pasado. En los años en que se publicaron estos dibujos en la revista Hoy y en el diario la Epoca, yo podría haber sacado tarjeta de “cliente frecuente” de las fiscalías militares.

Entonces, el rito culminaba siempre con mi firma de un texto en el que reconocía haber dicho tales y cuales cosas tras haber sido “exhortado a decir la verdad”. Siempre fui bien tratado. Pero, igual como una estada fugaz por la cárcel de Capuchinos, lo indigno era el hecho de estar ahí, respondiendo por actos legítimos que sólo eran sospechosos en el restrictivo ambiente de la dictadura.

No era cómodo. Recuerdo, por ejemplo, que una vez, cuando me tocó firmar, encontré que la palabra “exhorto”, estaba mal escrita, sin “h”. Contra uno de mis hábitos más arraigados –del cual pueden dar fe mis hijos y mis alumnos- preferí callar. ¿Para qué enmendarle la plana a un civil que antes de interrogarme tuvo la deferencia de sacarse el arma de fuego que tenía en la cintura para guardarla en un cajón de su escritorio?

Estos recuerdos son inevitables cuando uno hojea, en un libro tamaño “cuaderno universitario”, con excelente papel y mejor encuadernación, las obras maestras de Hernán Vidal de 1978 a 1990. Porque si una vez más fuera “exhortado a decir la verdad”, tendría que decir que conozco a Hervi desde hace muchos años, cuando era un joven estudiante que dibujaba en el semanario La Voz un angelito juguetón llamado Malaquías. Por más de cuarenta años, desde entonces, lo he visto madurar, hacer más dura su crítica política, pero sin perder jamás su limpia mirada, que se refleja fielmente en sus acuarelas de línea clara. Hervi es un fenómeno fuera de lugar en estos tiempos de humor fácil, ese que apela sin descanso a la grosería y el doble sentido. Pero no es un ingenuo, como lo demuestran estas ilustraciones de años difíciles. Al mirarlas agrupadas, tengo la certeza de que contribuyeron en buena parte al celo de los fiscales militares. Nunca, claro, lo reconocieron.

No podría ser de otro modo si se piensa en la saga de la torre del poder, que aparece como telón de fondo en los dibujos a página entera en la revista HOY a partir de 1983, el año de las primeras protestas nacionales. Como subdirector y director posteriormente del semanario, tuve delante de mis ojos toda las ilustraciones de esta serie. Pero sólo al verlas en el libro, se aprecia su real impacto. La torre, de vago parecido al edificio Diego Portales, está ahí, al comienzo, como parte obligada del escenario urbano. Es evidente que allí se imparten órdenes y también se sufren reveses. Pero, en algún momento, en 1985, el edificio empieza a presentar fuertes daños estructurales. Se hace necesario apuntalarlo y resiste.... hasta que después del triunfo del No en el plebiscito, queda reducido a escombros. El 10 de octubre de 1988, la revista Hoy publicó uno de los frutos más notables de la pluma de Hervi: la imagen de los restos de la torre, aplastados por un gigantesco NO, mientras sobre la ciudad brilla un arcoiris esplendoroso. Desde ese momento, parte del diálogo se mostraría a ras de tierra o, incluso, desde más abajo.

Eso es todo cuanto puedo declarar, señor fiscal. Sólo quiero agregar que estoy terriblemente feliz. Haber sido cómplice de Hernán Vidal, alias Hervi, ha sido un honor y una satisfacción.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en Marzo de 2006

Algunos enlaces a material de Hervi o entrevistas:

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