Francia, solos contra el mundo.

En 1968 llegué a París poco después de los históricos días de la rebelión estudiantil. Los daños materiales en las calles adoquinadas, los enrejados de los árboles y los bancos, todo lo que había sido usado para construir barricadas, un viejo hábito de los parisienses, ya había sido reparado. Aquellas jornadas contagiaron a los jóvenes de todo el mundo, desde Pekín a Ciudad de México, desde los campus norteamericanos al Barrio Universitario de Concepción y el Pedagógico en Santiago, y al final le costaron la permanencia en el poder a Charles De Gaulle.

Convertidos en leyenda, los días de mayo y junio de 1968 no han sido olvidados. En las últimas semanas, la creciente indignación de los menores de 26 años ante los propuestos cambios en la legislación laboral ha dado la impresión de que la misma hoguera está ardiendo de nuevo.

No es exactamente así. Lo de hace casi 40 años fue una explosión de una sociedad casi sin problemas económicos carcomida por el temor a un nuevo conflicto bélico, mucho más horroroso que la Segunda Guerra Mundial. Cuando pasó la ola de manifestaciones, el Estado se había hecho cargo de resolver las quejas. Hoy, el tesoro fiscal no está en condiciones de hacer lo mismo, pese a que la francesa –según las cifras de The Economist- es la quinta economía del mundo. El principal problema es que el crecimiento no tiene el dinamismo de otros tiempos, lo que se refleja en una tasa de cesantía sobre el nueve por ciento, que en el caso de los jóvenes sube al 23 por ciento.

En busca de un remedio para la falta de empleos, el Primer Ministro Dominique de Villepin se empeñó en flexibilizar las leyes laborales. Hasta ahora, lo único que ha logrado es encender una gigantesca hoguera: tres millones de manifestantes en todo el país, la semana pasada, nadie sabe cuantos más en los próximos días. En la encrucijada, una posible salida honrosa para el Presidente Jacques Chirac habría sido que el Tribunal Constitucional objetara el proyecto de ley. Pero no fue así.

El enfrentamiento se centra en tres letras: CPE, sigla del Contrat Premiere Embauche, un tipo especial de Primer Contrato de Trabajo para los menores de 26 años, los cuales podrían ser despedidos sin causal ni indemnización durante los dos primeros años. El argumento es que se ha hecho indispensable un dramático empujón a las empresas para que creen empleos.

Los jóvenes y los sindicatos no están de acuerdo y ello motivó la seguidilla de movilizaciones en las calles en toda Francia. El viernes, en un último esfuerzo, el propio Presidente Chirac anunció que promulgaría la nueva ley y luego le introduciría algunas modificaciones como las que se han pedído. El rechazo, sin embargo, fue total. Ahora, estudiantes y trabajadores piden que se derogue la ley antes del 17 de este mes.

Tal vez sea pura nostalgia, pero me gustaría ver, en vivo y en directo, cómo salen los franceses de esta encrucijada. Como ya lo hicieron en 1968.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en Abril de 2006

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