Pronósticos difíciles

En 1969, hace casi cuatro décadas, escribimos con Fernando Reyes Matta, actual embajador en China, el libro reportaje titulado “Cuba: diez años de revolución”(1).

Para algunos –incluyendo los conscriptos que quemaron ejemplares en las calles de Santiago en 1973- podía parecer una apología. No lo era. Pretendía, simplemente, hacer un balance del tiempo transcurrido desde la madrugada del 1 de enero de 1959, cuando el dictador Fulgencio Batista, sin rendirse, huyó de Cuba.

En nuestro análisis recalcábamos algo que hoy día puede parecer obvio: con la llegada de los “barbudos” a La Habana, comenzó “un proceso que transformaría el esquema de relaciones en América y el mundo entero. No era la vuelta a la normalidad tras el dictador derrocado: era el inicio mismo de una revolución. Con estilo distinto, con acción diferente, con apasionamiento nuevo. Una revolución a la cubana”.

Después de la llegada al poder de Fidel Castro, varios periodistas chilenos escribieron con mayor o menor entusiasmo acerca de la saga que emocionó a una generación de latinoamericanos. Pero sólo diez años más tarde, cuando el intento norteamericano de derrocar a Fidel había fracasado en Bahía Cochinos igual que la audaz movida soviética de instalar cohetes en Cuba, nos pareció posible intentar un balance a fondo. No sabíamos, por supuesto, que el combate norteamericano para impedir que se instalara otra Cuba en nuestro continente se plantearía en una doble vía (“track I y track II”): el apoyo a los regímenes civiles “confiables” a través de la Alianza para el Progreso, y el aliento al golpismo militar donde no había tradición democrática.

Era mucho lo que entonces apenas intuíamos. Pero estaba claro también que el castrismo no sería un fenómeno pasajero. En sus primeros diez años había sobrevivido a dos Presidentes norteamericanos: Eisenhower y Kennedy y veía cómo se instalaba en la Casa Blanca otro que se la tenía jurada (Nixon)... pero que no lograría derrocarlo. Al mismo tiempo, según nuestra investigación, Cuba sabía que la solidaridad de los países socialistas sería importante, pero relativa: “la denuncia de Castro, escribimos entonces, es quemante: los países socialistas han conservado ‘los métodos comerciales del mundo capitalista burgués’” (Pág. 88).

Paradojalmente, habría que agregar ahora, esa relación de amor y distancia hizo posible lo que nadie imaginaba: la caída del Muro de Berlín no significó el derrumbe del régimen cubano. Pero lo hirió dolorosamente.

En 1969 nuestra conclusión era simple: Cuba, en diez años, se había hecho a imagen y semejanza de Fidel Castro. Por lo tanto, para quienes se preguntaban ya entonces qué pasaría cuando dejara el poder, la respuesta era que no era imaginable un cambio rápido. No se nos pasó por la mente que la espera sería de otras tres décadas, ya que solo ahora Fidel Castro se ha rendido a la realidad. En su carta renuncia reconoció que no está en edad ni en condiciones de seguir en el cargo. Pero sigue siendo optimista, por lo menos en público:

Afortunadamente nuestro proceso cuenta todavía con cuadros de la vieja guardia, junto a otros que eran muy jóvenes cuando se inició la primera etapa de la Revolución.... Cuentan con la autoridad y la experiencia para garantizar el reemplazo. Dispone igualmente nuestro proceso de la generación intermedia que aprendió junto a nosotros los elementos del complejo y casi inaccesible arte de organizar y dirigir una revolución”.

Habrá que ver si efectivamente sus deseos se confirman. Lo que sí creo es que, en materia de pronósticos, nada es seguro en Cuba.

Abraham Santibáñez. 22 de Febrero de 2008

Notas:

  1. REYES MATTA, Fernando y SANTIBAÑEZ, Abraham: "Cuba: diez años de revolución". Ed. Zig-Zag, Santiago 1969.

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