DOCUMENTO

Retos éticos del periodismo latinoamericano.

Javier Darío Restrepo
Conferencia en el Consejo de Ética de los Medios de Comunicación
(Reproducción autorizada por el autor).

Santiago, 20 de mayo de 2008

En los medios impresos y en la televisión apareció la historia de un hombre que tras varios decenios en estado de coma, había vuelto a la vida normal. Como parte de la utilería de aquella escena sorprendente, estaba su esposa, la mujer que había esperado sin desfallecer, atenta a todos los cuidados que necesitaba este durmiente, y sin dejar apagar la lámpara del amor y de la esperanza.

En otras ocasiones los medios se estremecieron con las noticias de dos secuestrados que habían regresado a la vida y a la libertad por los azarosos vericuetos de la fuga.

Fueron noticias que aparecieron en iguales o parecidos lugares a los que se dedican a la historia de la niña violada por su padrastro, o a la del paramilitar que relató cómo bebía la sangre de sus víctimas.

Por las pantallas y las primeras páginas desfila, como por una pasarela, el ser humano, apenas inferior a los ángeles en unos casos, o muy inferior a los animales, en otros. Todo tiene cabida en unos medios que sin experimentar vértigo alguno pasan de las más altas cimas de lo humano a sus más hondas y oscuras simas.

Los debates éticos que siguen a la presentación de las historias sórdidas, giran alrededor de lo correcto o lo incorrecto en la presentación y difusión de estos temas. Cuando uno oye los argumentos y contraargumentos, queda con la sensación de que ser ético es ajustarse a un reglamento de buenas maneras. Muy probablemente estas discusiones éticas podrían concluir en que los hechos positivos y sorprendentes, el del ángel guardián del durmiente polaco, o la de los felices prófugos de la guerrilla, deben hacer énfasis en los valores y ser objeto de un sobrio tratamiento, y que los hechos atroces se deben evitar o minimizar en nombre de la ética. Es la misma razón que se aduce cuando hay desnudos o cadáveres desfigurados de por medio, lenguaje burdo, agresiones verbales, calumnias o acusaciones sin sustento en los medios tradicionales o en la red de Internet. Tras esas conclusiones de la discusión, uno llega a preguntarse si hay alguna diferencia válida entre un código de ética y uno de policía.

Esta duda se me acentúa ante las preguntas que escucho en los talleres de ética o las que recibo en el consultorio ético de la página web de la fundación Nuevo Periodismo, que son los dos observatorios privilegiados que me permiten percibir los desafíos éticos del periodismo latinoamericano. Esas dos actividades tienen como ámbito los países del continente, desde Washington hasta la Patagonia. Los contactos virtuales a través de Internet, o los reales en el curso de talleres y conferencias, me han llevado a la conclusión de que el primer desafío ético para el periodismo de este y de los otros continentes, es entender la diferencia entre un código ético y uno de policía, que es tanto como diferenciar la ética de las leyes, asunto a primera vista conceptual pero, cuidadosamente examinada, esa confusión tiene inesperadas consecuencias prácticas.

1.- ¿Policía o ética?

Sí, el policía, el juez o el magistrado deben ser éticos, pero la ética no debe ser impuesta por policías, jueces o magistrados. Los códigos figuran en las primeras páginas de numerosos manuales de estilo, pero son cosa distinta de las normas imperativas para titular, para escribir abreviaturas o para usar las mayúsculas.

La ética es distinta porque nadie la impone, no nace de una presión exterior sino que es una autoimposición que se da como resultado de una presión interior que Kant describía al hacer alusión a la metáfora de un código o clave vital escrita en el corazón humano. Por eso hablaba de “la ley moral en mi corazón.” Hay, pues, un deletreo de lo que llevamos escrito en nuestra naturaleza; cuando se decodifica ese mensaje de la naturaleza, se convierte en un mandato exigido por la libertad.

Como un soberano ejercicio de su libertad, el periodista que decide que es bueno llegar a hacer un periodismo de excelencia, adopta unos valores y principios éticos distintivos de su profesión. Convertido en legislador de sí mismo, asume el control de su vida profesional y sigue el rumbo que está escrito, no en leyes ni en reglamentos, sino en su naturaleza y en la de su profesión. Para este momento de la vida humana las metáforas abundan: está la del piloto que toma el timón, está la del desorientado que al descubrir el rumbo correcto corrige su derrotero; está la de quien consulta y sigue el norte señalado por una brújula; también se habla de conversión, otros hablan de reconstruir la vida y los jóvenes de hoy de mover el piso. Después de los talleres he oído ese término, junto con el de redescubrir la profesión, el de renovar el entusiasmo original o el de reencontrarse con los sueños iniciales. En todo caso, este cara a cara con la ética, no es el kafkiano encuentro con ese poder sin rostro, de lo legal, sino el redescubrimiento de lo mejor de uno mismo y el compromiso de mantener intactos, los mejores y más elevados sueños.

Aquí se ha marcado ya otra diferencia entre lo legal y lo ético.

Los reglamentos, los códigos, las leyes en general son transitorias, referidas a situaciones específicas y cambiantes. Son elementos prescindibles. La multiplicación de las normas éticas degrada a la ética porque la aproxima al lenguaje de los códigos de policía y de los reglamentos. Los valores éticos, por el contrario son tan permanentes como la naturaleza humana, pero no estáticos. Cada uno de esos valores es un referente de las posibilidades del hombre. La ley señala errores, fallas posibles, infracciones o delitos. La ética indica las posibilidades de todo hombre. El lenguaje de la ética encarna la convicción de que el hombre, todo hombre, es un ser posible.

El periodista, como persona y como profesional, encuentra en la ética la formulación de sus posibilidades. Los códigos de ética guían, como brújulas, para descubrirlas; pero cada persona descubre sus posibilidades y las convierte en su deber ser, en su utopía.

Los miembros del Foro de Periodistas Argentinos, Fopea, que convocaron en noviembre del año antepasado a colegas de todo el país para la celebración de un congreso nacional, tuvieron como objetivo de esa reunión proclamar y adoptar un código de ética que habían trabajado durante tres años, a partir de un taller de ética en que pudieron ver las diferencias que hay entre unos reglamentos y normas legales, y un código de ética. Un primer borrador con normas escritas en clave de no, fue corregido al comprobar que la ética es propuesta y no prohibición, es suma, no resta, abre caminos, no los clausura. Para ellos fue como poner por escrito lo mejor de sus sueños profesionales. Después encontré inmersos en la misma tarea a los periodistas de Brasil, convocados para una Asamblea extraordinaria en Vitoria, en la que darían los toques finales a la revisión de su código ético, que es la misma tarea que cumplió el Círculo de Periodistas de Bogotá que anunció, además, su propósito de celebrar talleres regionales para difundir su código actualizado. Son las respuestas a este reto de entender la singularidad de lo ético frente a lo legal.

La confusión entre los códigos éticos y los de policía o cualesquiera otros reglamentos se erige como un sólido obstáculo para el crecimiento ético y técnico de los periodistas, porque lo ético aparece tan transitorio y relativo como lo legal; pierde lo ético su carácter universal y permanente y se extiende la concepción de que, como las leyes, lo ético puede ser derogado, reemplazado o sustituido por otros códigos y reglamentos; o que debe cumplirse sólo cuando hay la presión o presencia de una autoridad.

En consecuencia, las normas éticas aparecen tan eludibles como cualquier ley de tránsito o reglamento tributario que, si no son urgidos e impuestos por la acción externa de una autoridad, pueden desconocerse. Con la diferencia de que esas autoridades que imponen la ley pueden identificarse, mientras que para el cumplimiento de lo ético no se conoce ni reconoce una análoga autoridad.

La confusión da lugar, además, para que a su sombra prospere la idea de que la ética restringe o suprime la libertad del periodista puesto que la normas que prohíben, por ejemplo, la violación de la intimidad ajena, o que ordenan el rigor investigativo, o la pluralidad y diversidad de fuentes, restringen temas, publicaciones o tratamientos noticiosos de hechos y de personajes. La confusión impide ver a la ética periodística como el máximo ejercicio de la libertad. O, utilizando la expresión de José Antonio Marina: les “cuesta trabajo pensar que la ética no es el marco de las prohibiciones sino la máxima expresión de la creatividad humana.” Ver la ética como ley o reglamento, con una dimensión heteronómica y coercitiva, mantiene inexplorado, si no desconocido, su carácter de guía para una construcción personal y veda el acceso a ese poder que convierte al hombre en legislador de sí mismo y con iniciativa para sobrepasarse a sí mismo.

Porque esta confusión logra tan radical supresión de los contenidos de lo ético, son explicables el carácter accesorio y prescindible que la ética tiene ante los ojos de medios y de periodistas y la urgencia de responder al desafío de restituirle a la ética sus contenidos. También resulta lógico el reclamo sobre la ineficacia de la ética. Los códigos no detienen los abusos, ni tienen por función disuadir a los abusadores; pero sólo fortalecen y acompañan como guías a los honestos y a los que quiere llegar a serlo

Se relaciona estrechamente con ese desafío, otro tan radical como éste. Me refiero a la necesidad de recuperarles a los periodistas del continente, una clara y fuerte identidad profesional.

2.- La identidad profesional

En la Patagonia argentina, ese mágico lugar en donde uno se pregunta si allí termina o comienza el mundo, me encontré durante dos días con un grupo de 30 periodistas. Algunos de ellos habían viajado hasta catorce horas por aquel territorio desértico en donde las distancias se extienden, interminables, bajo una constante de desmesura. Todavía bajo unos regímenes sociales y políticos de colonia primitiva, estos periodistas planteaban en el taller los dilemas éticos que les representaba la constante presión de políticos y gobernantes para convertirlos en sus relacionistas públicos, o en sus agentes de publicidad, o en los protectores de su imagen pública. Es una región en donde aún se mantiene sin solución la vieja pugna entre terratenientes, señores poderosos dispuestos a defender sus tierras y ganados con todas las formas de lucha contra sindicatos, de extenso y batallador historial. En ese campo de batalla el periodista tiene que optar o por el patrocinio, ventajas y privilegios de defender al gran propietario, al gobernante poderoso o al político influyente, o por el contrario, asumir el riesgo de hacer causa común con los sindicalistas, o escoger la soledad e incomprensión que le sobrevendrían de mantenerse imparcial para servir a todos.

Gran parte de nuestras discusiones éticas giraron alrededor del tema de la identidad profesional y de su función en la sociedad.. Una encuesta de la Konrad Adenauer y la Universidad Javeriana inquirió entre periodistas sobre esa conciencia de identidad al plantearles: “para qué es usted periodista.” De cien, treinta no lo sabían.

Es común encontrar casos como el del mejicano mencionado por Julio Scherer en su último libro: la terca memoria, que admite que cuando le va mal como periodista alterna con el oficio de publicista; otros no esperan a que les vaya mal porque sus medios son agencias de relaciones públicas de algún gobierno, institución, partido o personaje, con puerta giratoria hacia lo periodístico. En un nivel más modesto, otros a título personal operan como periodistas encargados de velar por la imagen de alguien.,

Son actividades incompatibles con la del periodista, que se ejercen por una lealtad ideológica, o lo que es más común, para sortear el escollo de los malos sueldos, o en casi todos los casos, porque esa indefinición se inició en la universidad.

Cualquiera sea la razón, lo que me interesa destacar es la relación que existe entre los dilemas éticos del periodista y su débil identidad profesional. Mal se puede pensar y aceptar un deber ser como profesional – que eso es la ética, el deber ser- si no se tiene claro en qué consiste el ser de la profesión.

De hecho, la mayoría de los dilemas éticos que recibo en el consultorio de la Fundación Nuevo Periodismo, tienen como fondo una incompleta o errónea respuesta a las preguntas sobre el ser del periodista, o sobre el amo del periodista. Y es explicable.

La primera experiencia profesional del periodista suele dejar una marca de sobreviviente sobre su piel; me refiero a esa experiencia del novato que en un medio adverso y ante el permanente riesgo de ser despedido, acoge cualquiera clase de recursos con tal de sobrevivir. Ese periodista, dispuesto a todo con tal de tener éxito, pierde el perfil profesional, que luce demasiado fino en la lucha feral de todos contra todos y de cada uno para sí mismo, que suele predominar en algunas redacciones.

Fue necesario que apareciera Internet y que se lo percibiera como una competencia para los medios tradicionales, para que el tema de la identidad se planteara con la misma crudeza de un asunto de vida o muerte. Si cualquiera puede relatar en su blog lo que está sucediendo, si un celular con cámara puede registrar imágenes de todo lo que ocurre, cualquiera puede ser periodista. Ante el drástico planteamiento fue evidente que, o el periodista es una especie en vía de extinción porque cualquiera puede hacer lo que él venía haciendo, o es un profesional irreemplazable porque cumple unas tareas específicas que requieren una preparación y una identidad que lo definen.

Al examinar los desafíos del periodismo real, en el seminario convocado por el periódico Clarín, de Buenos Aires, hace dos años, Dominique Wolton, autoridad en ciencias de la comunicación, destacó, entre otras, una propuesta de solución a la crisis actual del periodismo: admitir y decir públicamente las dificultades y contradicciones del periodismo, es decir, encarar la realidad de su identidad. Tomaba como ejemplo la posición sumisa de la prensa de Estados Unidos frente al gobierno después del 11 de septiembre y con motivo de los operativos de guerra en Irak. Se imponía recuperar la identidad libre de la prensa y del periodista frente al poder, reconocer que la pérdida de ese talante equivaldría a quedar sin rostro, es decir, sin identidad. Ese proceso de recuperación de su rostro, suponía, según Wolton, aceptar la crítica, posición ética relacionada con el compromiso con la verdad, y un replanteo de las relaciones de la prensa con el poder hasta situarlas dentro del marco de la identidad del periodista. En conclusión, decía Wolton “no habrá victoria de la información si no se refuerza el rol de los periodistas.” Un asunto de identidad profesional, sin duda.

Se puede intentar una profundización aún mayor de este asunto de la pérdida o debilitamiento de la identidad profesional si examinamos la dinámica de la ética en cuanto esta imprime un movimiento incesante hacia la excelencia profesional. Es un impulso con una dirección precisa, que desaparece cuando no hay esa dirección, una meta, un objetivo. No saber hacia dónde se va – que a eso equivale el debilitamiento de la identidad- es entrar en una parálisis ética que solo puede superarse con una clara y entusiasta identificación de metas, de objetivos, o sea con la recuperación y fortalecimiento de la identidad profesional.

Un curioso dato hallado en unas investigaciones adelantadas después de la primera guerra mundial, confirman estas ideas. De las encuestas hechas con excombatientes resultaba que para ellos la vida nunca había tenido mayor plenitud que cuando combatían contra lo alemanes. Al asumir una identidad con una causa grande, que los excedía, desaparecían las pequeñeces y las mezquindades, las dudas y los miedos.

Esas debilidades y miedos, las pequeñeces y mezquindades no habían desaparecido radicalmente, desde luego, pero no eran hombres absortos ni enajenados por el menos de sus vidas, sino por el más; por el potencial que descubrían en ellos a la luz de un gran propósito, de una estimulante identidad profesional.

La infelicidad ha sido descrita como la percepción del desequilibrio entre nuestro ser potencial y nuestro ser real. La felicidad, en cambio, ese vivir inteligente, de Aristóteles, o esa conciencia de libertad creadora de Sartre,, tiene que ver con el descubrimiento de lo que el hombre puede llegar a ser, que es el ofrecimiento que hacen las profesiones: un desarrollo del potencial humano.

Los griegos lo decían a su manera provocadora: el supremo valor no es la vida, sino la vida posible, esa que se manifiesta deslumbrante, aunque ardua, cuando el hombre abandona el ser de todos los días para alcanzar su deber ser.

En el seminario de Clarín, a que he aludido, llamó la atención la expresión de Ethan Brown, editor internacional del New York Times, al hablar de periodistas del pasado: “eran dioses” dijo, y agregó: pero eso ya no es así. Algo parecido le había oido decir a Ryszard Kapuscinski. Hablaba de una reunión de jefes de estado en Addis Abeba en 1963 adonde llegaron periodistas del mundo y me parece, decía, “que fue la última gran reunión de los reporteros del mundo, el cierre de una época.” Y explicaba que “entonces el periodismo era una misión, no una ocupación más, el valor de la información estaba asociado a procesos como la búsqueda de la verdad.” Cuando esa perspectiva se perdió, la identidad profesional entró en quiebra.

Hoy se está dando una movilización ética como las que mencioné de Argentina, Brasil y Colombia, que es una forma de recuperar la identidad profesional, porque si el gran desafío ético de América Latina es fortalecer la identidad profesional, la respuesta no puede ser otra que la ética como alma de esa identidad.

3.- Información humanizada y humanizante.

Hay un tercer reto ético para el periodismo latinoamericano, aunque, insisto, lo es también para el periodismo en el mundo. Me refiero al reto de una información humanizada y humanizante.

Esa preocupación estaba en el fondo de las discusiones y propuestas que se hicieron en el taller de editores y reporteros de crónica roja convocada por el Centro Latinoamericano de Prensa, Celap, en Santo Domingo. ¿hay una crónica roja, éticamente posible? ¿Hay un periodismo popular, con validez ética? Fueron algunos de los temas que, puestos sobre la mesa, acabaron por mostrar, entre otras, estas realidades:

  1. Estábamos hablando de un tema que concierne a todo el continente.
  2. Desde cualquier ángulo, ese tema conducía a un hecho omnipresente: la dignidad humana, la de los protagonistas de la información y la de sus receptores.
  3. Entraba en juego el concepto de libertad para informar para informarse, aparentemente en contradicción con las normas éticas.

En el consultorio ético las preguntas y los casos se multiplican. Una de las más frecuentes se refiere al uso de las cámaras escondidas o de las grabaciones clandestinas, o al manejo de los rumores. El interrogante de fondo parece ser: ¿por qué debo privarme de la satisfacción profesional y de la utilidad económica de un material sensacional. Es la misma preocupación latente en los que averiguan por la ética del periodismo de espectáculos, o de la fotografía, o de las grabaciones de televisión sobre tragedias, escándalos o intimidades, que responden a la curiosidad de unas audiencias ávidas de sensaciones. ¿Por qué no satisfacerlas? ¿No tienen acaso, el derecho a conocer? ¿No es legítimo, por tanto, el lucro que se obtiene al responder a ese derecho y a esa demanda de sensación?

Podrían multiplicarse los casos, que por numerosos parecen indicar que estamos ante la presencia de un desafío ético de vastas proporciones, cuya incidencia en lo humano y lo humanizante valida el enunciado que les he propuesto de una información humanizada y humanizante. En efecto las respuestas éticas han seguido estos tres caminos que ha señalado José Antonio Marina: el de las soluciones, el de la emancipación y el de la elevación. Cuando el periodismo se propone casos como los que he mencionado, busca con urgencia la solución a un problema concreto, se propone librarse de los prejuicios y de las imposiciones interesadas de un periodismo comercializado y, sobre todo, quiere descubrir una dimensión elevada de la profesión. Todo esto configura un reto.

Las respuestas en el taller de Santo Domingo, las que se han planteado en otros talleres – recuerdo uno en Chile dominado por la preocupación del momento: unas informaciones con cámara oculta- condujeron a la conclusión de que lo ético es lo humano, y aparecieron dos niveles:

  • El del respeto debido a los derechos de las personas, tema sobre el que hay una abundante bibliografía y casuística.
  • El segundo nivel, de mayor exigencia intelectual y moral, es el de la ética como humanismo, o si ustedes lo quieren, el del humanismo como deber ético.

Hay que recordar que en los medios de comunicación – no solo en los periodísticos- aparecen a la vez lo asombroso y lo terrible del hombre. Sófocles tenía una visión limitada si se compara con la nuestra y, sin embargo, escribía en Antígona: “lo más maravilloso y terrible que hay en el mundo es el hombre.” Y agregaba: “de su arte y de su ingenio creador surgen tanto el bien como el mal.” Observa Juliana González, a quien debo esta cita, el uso de la palabra griega deinóteron superlativo de deinós, que significa asombroso, aplicado al hombre en el sentido de maravilloso, o de terrible, digno de horror. En el mundo científico de hoy ese asombro no ha cedido, se ha acrecentado a juzgar por el dato que dejó al descubierto el primer mapa genético de una persona, recientemente logado. Entre una persona y otra hay 4 millones de diferencias genéticas, un millón de ellas son propias de cada individuo. No exageraba Sófocles con su superlativo sobre el hombre, superior a todos los asombros. Este ser único e irrepetible es el que ha motivado los humanismos que en la historia han sido.

El humanismo universal celebra cada creación humana como un triunfo y un descubrimiento, al hacerlo en cualquiera de las áreas del pensamiento, de las ciencias o de las artes, ese humanismo ha contribuido al fortalecimiento del hombre humano. Suena a redundancia, pero así como la palabra hombre soporta un contenido que parece excederla, la realidad misma del hombre nunca se agota en abundancia y novedad, por eso es un sustantivo en constante necesidad de adjetivación.

Hay otra forma de humanismo, quizás igual que la anterior, pero más ambiciosa y profunda, que es la que implica la vocación humana al renacimiento, es decir, a ese nuevo nacimiento que saludaba gozosa la filósofa Hannah Arendt al proclamar que el hombre no nace para morir, sino para renacer. Se le da ese nombre, provocador nombre, al proceso de concluir la naturaleza humana a partir de la visibilización de sus posibilidades y del empeño de hombres y de sociedades para convertirlas en realidad histórica. El hombre se ve, desde esta perspectiva, como un ser incompleto que se construye a sí mismo todos los días. No le es dado ni el reposo, ni la satisfacción de decir que su obra está terminada porque es tan amplio y variado el universo de sus posibilidades, que nunca podrá agotarlas a pesar de que siempre está movido por el afán de hacerlas suyas. A esta tarea han aludido los filósofos al decir que al ser humano le corresponde el permanente quehacer de adquirir humanidad.

Y ganar en humanidad es crecer éticamente. El humanismo hace explícito el deber ser del hombre, que la ética convierte en deber de todos los días. En efecto, todos los valores éticos son posibilidades humanas o modos de ser del hombre. Resume este pensamiento la citada Juliana González cuando afirma que el ethos es la forma propiamente humana de ser y que cuando el hombre realiza su esencia es a la vez ético y humano.

Le atribuyen a Píndaro, otros al oráculo, el mandato críptico: hombre, sé lo que eres, en el que está expresado el más denso principio ético de obedecer a la propia naturaleza, de realizar la esencia de ser humano, de no transar por menos que lo posible, de mantener una rebelión contra lo real, porque más allá de lo real visible se vislumbra lo real invisible que es el universo de lo posible.

Puesta en evidencia así, la identidad entre humanismo y ética, aparece el alcance del reto y de la propuesta de una información humanizada y humanizante.

Marta Diezandino en su libro Periodismo de servicio incluyó este reto bajo una fórmula sencilla y desafiante: que cuando los lectores doblen, ya leída, la última página del periódico, se sientan mejores personas. Sentirse mejores personas es sentirse más dignos y más libres. En la dignidad y en la libertad se manifiesta ese ser posible que todo humano lleva consigo. Es un hecho que no nacemos libres, ni iguales, ni con la dignidad de lo humano; la libertad, la igualdad y la dignidad son hechuras de los humanos y de las sociedades. Se asombraba Sófocles: edificamos las ciudades para que ellas nos edifiquen a nosotros.

Los medios aportan para construir o para destruir. Anuncian y estimulan esa construcción cuando descubren o vocean los logros humanos. Crearon conciencia, hace unos días, sobre la singularidad y originalidad irrepetible del ser humano al informar sobre el primer genoma; derrotaron pesimismos y desalientos cuando notificaron la llegada del hombre a la luna o de un artilugio humano a la superficie de Marte. Cada publicación de estas lleva implícito un reclamo ético: al ser humano le corresponde la incancelable tarea de desarrollar sus posibilidades y de adquirir humanidad. Es la más genuina tarea humanística y ética del medio de comunicación.

También se cumple esa tarea cuando desciende a los abismos de la perversión humana, cuando se los muestra como lo que no debe ser, puesto que también, y muy especialmente, se crea conciencia en el conocimiento del error y del mal. Pero cuando por ligereza o inconsciencia, el mal aparece como un bien, o el bien se desfigura, desprecia o trivializa, el medio en vez de construir destruye.

Es un hecho que muchos dilemas éticos nacen de la evidencia de esta contradicción entre el deber ser de unos medios hechos para humanizar y la realidad cotidiana de una información que deshumaniza; por eso este es un reto ético que crece a medida que la tecnología avanza y los medios se pliegan, sometidos a la fría lógica empresarial.

4.- Conclusión.

En el mundo de la prensa latinoamericana se sienten los desafíos éticos. Y si hay desafíos es porque hay una conciencia que, al percibirlos, los potencia. En efecto, un desafío es una notificación de que existe un obstáculo que tiene que ser removido o una meta que tiene que ser alcanzada.

No hay que entender la multiplicación de los desafíos como una mala señal, mas bien es la conciencia de que no hay desafíos, la que tendría que mirarse con alarma porque esta sería la notificación de que todo está bien de que nada tiene que cambiar porque se vive en el mejor de los mundos.

El desafío connota una tarea por hacer. Al resumir los que se observan en el mundo periodístico del continente en la identificación de la ética, la identificación del periodista y la identificación del papel humanizador de la prensa, he dejado a un lado las casuísticas, para fijar la atención en tres hechos que apuntarían a la conciencia de los periodistas, para determinar una forma de ser y de actuar.

No se trata, en efecto, de seguir unas reglas o de acatar mandatos que vienen de afuera, sino de aprender a escuchar y deletrear unos modos de ser y de mirar, ajustados a nuestras más altas y ambiciosas posibilidades como seres humanos y como profesionales.

Hay una ética formulada en tono de No mayor, hecha de prohibiciones, condenas y sospechas. Como los médicos que solo dicen lo que no se debe comer. Estos códigos acumulan nóes. E todo un desafío pedagógico y político, entrar en la conciencia de cuantos operan desde los medios de comunicación para proclamar en un tono de Sí sostenido que comunicar es compartir y estimular lo mejor de los seres humanos, para fundamentar la dignidad de los receptores y entregar un conocimiento de la realidad, como primer avance para el ejercicio de la libertad.

Textos consultados y citados:

Juliana González: El ethos, destino del hombre.
José Antonio Marina: Ética para Náufragos.
José Marina: La lucha por la dignidad.
Hannah Arendt: La Condición Humana
Dominique Wolton: La comunicación de cara a la democracia.
Ethan Bronner: El desafío de la Verdad.

Volver al Índice