DD.HH. al pizarrón de la ONU

Mantener el secreto en un caso así, diagnosticó el ex canciller Hernán Felipe Errázuriz, “es una demostración de debilidad, de temor y una desinformación inútil”. El duro análisis se refería a la negativa del gobierno a entregar el detalle de su votación en la elección del nuevo Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

Las “razones de Estado” que se podrían esgrimir apuntarían a la necesidad de mantener buenos lazos con amigos tradicionales y a no enemistarse con socios poderosos.

La defensa de los principios no siempre resulta cómoda frente a algunas prosaicas exigencias de la vida. Ello ocurre tanto en el ámbito personal y familiar como en el globalizado mundo en que vivimos. Mucho más, en realidad, en este mundo intercomunicado e interdependiente. Le ha ocurrido ahora al gobierno de Michelle Bachelet con la elección de los 47 miembros del nuevo Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Se votó por países individuales, agrupados en bloques que corresponden grosso modo a los principales continentes, cada uno de los cuales tiene asignada una cuota. La inquietud surgió porque, en este Consejo, que se supone que será más efectivo que la anterior Comisión de Derechos Humanos, fueron elegidos China, Cuba, Pakistán, Rusia, Arabia Saudita y Azerbaiyán. Los seis han sido denunciados por organizaciones especializadas como permanentes violadores de los derechos humanos.

¿Votó la delegación chilena por alguno de ellos? ¿Votó por China, por ejemplo, nuestro poderoso nuevo aliado comercial, que tiene un triste récord en materia de libertad de expresión? ¿O de Cuba? Anteriormente, con distintos grados de dramatismo, otros ocupantes de La Moneda se debatieron entre el llamado a apoyar (o castigar) a determinados países por su política de derechos humanos, y las consideraciones prácticas, especialmente de tipo económico.

En un comentario surgido desde las propias filas del gobierno, la también ex canciller Soledad Alvear, señaló que era preferible tener esta información que no tenerla. Además, se supone que tarde o temprano va a trascender y que, sin duda, los favorecidos u ofendidos serán los primeros en conocerla.

En rigor, este episodio tiene dos vertientes.

Una, el cuidado, ya anotado, de no generar fricciones con aliados poderosos. Sería el caso de la negativa presidencial a recibir en La Moneda, o en su residencia particular, al Dalai Lama. Antes, Eduardo Frei Ruiz-Tagle desairó a los disidentes de Timor oriental, que luchaban por la independencia (que finalmente consiguieron), debido a que Indonesia era un aliado prometedor. Es posible que haya habido casos parecidos en los gobiernos de Patricio Aylwin y Ricardo Lagos, pero lo que quedará en el recuerdo de todos nosotros será, sin duda, la actitud de desafiante independencia que adoptó Lagos frente a George W. Bush en el tema de Irak.

La otra vertiente es interna. No votar por Cuba, por ejemplo, podría generar una reacción airada de los sectores más a la izquierda de la Concertación. Votar por el régimen castrista podría generar, por su parte, una reacción no menos molesta del centro y de la derecha. Sin embargo, cabe valorar que todos los miembros del nuevo Consejo (y por cierto ello incluye a China y Cuba), se comprometieron de antemano a aceptar cualquier escrutinio público sobre derechos humanos. En realidad, todos los países de las Naciones Unidas han aceptado estas reglas del juego, pero los integrantes del Consejo están obligados a dar el ejemplo.

Habrá que ver cómo se concilian, en estos casos, las promesas y las realidades. Tanto en Cuba como en China... y en el resto del mundo, incluido Chile.

Publicado en el diario El Sur de Concepción, el 15 de Mayo de 2006

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