China: las promesas y las dudas.

De manera lapidaria, The New York Times sentenció hace unos días que “aunque Estados Unidos sigue considerando a América Latina como su patio trasero, su presencia dominante empieza a ser cuestionada”. Se refería, naturalmente, a la fructífera cosecha realizada por el Presidente Hu Jintao en su visita a Brasil, Argentina, Chile y Cuba En menos de dos semanas, el gobernante chino comprometió unos cien mil millones de dólares de inversión para los próximos diez años.

En reciprocidad, estos acuerdos le garantizarán el suministro asegurado de materias primas: hierro, bauxita, soya, zinc, madera, brasileño; cobre chileno; estaño boliviano y petróleo venezolano. Sólo así, China podrá cumplir, en poco más de tres décadas, la meta de ser el primer gigante comercial del mundo, superando a Estados Unidos.

Como, además de buscar materias primas, China anuncia masivas inversiones (por ejemplo, 20 mil millones de dólares en Argentina, en ferrocarriles, búsqueda de yacimientos de gas y petróleo y satélites de comunicaciones), su peso se hará sentir cada vez con mayor fuerza. Ya se percibe en Dominica, una nación isleña del Caribe con menos de 80 mil habitantes, recompensada por romper relaciones con Taiwan con un paquete de ayuda de 112 millones de dólares.

En ninguna parte, sin embargo, y así lo subrayó The New York Times, el acercamiento ha sido tan fuerte como con Brasil, en términos que el Presidente Lula definió como una asociación de economías “entre dos gigantes sin divergencias históricas o políticas”.

Asociarse con un país que está volcado en la tarea de seguir creciendo a ritmo acelerado parece ser el mejor negocio que puede acometer cualquier país, sin importar su tamaño. Así se vio en Santiago, durante el encuentro de los líderes de la APEC, donde todos competían por sacar una tajada de esta fabulosa torta. China, finalmente, se abre al mundo. Su economía tiene la bendición de la APEC y de la Organización Mundial de Comercio.

Pero ¿qué pasa en materia de libertades y derechos civiles?

China todavía no ratifica la Convención de Derechos Civiles y Políticos de la ONU. Los derechos –de expresión, participación o adhesión ideológica o religiosa- están rigurosamente controlados, lo que en buenas cuentas los hace impracticables.

A la larga, este será un tropiezo para quienes quieren hacer negocios con China. En un mundo que de año en año avanza hacia mayores espacios de libertad, no basta con asegurar la inviolabilidad de la propiedad privada. La masacre de Tian an men no ha sido olvidada. El acceso a Internet es mínimo. No hay libertad de prensa en el sentido que la entendemos en nuestro país. Las demandas del mundo rural se hacen cada vez más urgentes. Y hay que sumar, en el plano religioso, el retroceso que cerró la tímida apertura que se produjo junto con las primeras reformas económicas, hace 20 años. Hoy, de nuevo, las expresiones religiosas, desde los cristianos a los grupos enraizados en la tradición local enfrentan una dura represión. Serán, según parece, el principal foco de resistencia en los próximos años.

Serán, también, un permanente aguijón en la conciencia de la humanidad: es bueno poder hacer negocios... pero no solo de pan vive el hombre.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas. Noviembre de 2004

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