El Gran Cocodrilo ha muerto

La imagen le calzaba perfectamente: con una mezcla de respeto, temor y también –por lo menos en algunos casos- de admiración, lo bautizaron como “Groot Krokodil”, el Gran Cocodrilo, en africaans. Pieter Willem Botha, ex Primer Ministro y ex Presidente de Sudáfrica en las décadas de 1970 y 1980, fue un firme partidario del apartheid, creía que los boers tenían una misión encargada por Dios de llevar la civilización a los nativos de Sudáfrica y hasta el final de sus días sostuvo que no tenía que pedir perdón por nada. Había otras opiniones, por supuesto: durante el gobierno de Botha, según se reveló oficialmente en la década de 1990, la policía y las fuerzas oficiales dieron muerte a por lo menos cuatro mil personas y unas 50 mil fueron detenidas sin juicio.

Intransigente hasta el fin, cuando lo llamó la Comisión de Verdad y Reconciliación se negó a declarar y fue condenado en ausencia aunque no fue encarcelado. Más tarde, un tribunal superior anuló la sentencia lo que le permitió reiterar: “No pediré amnistía. Nunca. Ni ahora ni mañana ni pasado mañana”.

Sin embargo, al anunciarse la muerte de Botha, hace unos días, el principal líder en la lucha contra su política, Nelson Mándela, le hizo un reconocimiento mediante un comunicado: “Mientras, para muchos, Botha sigue siendo un símbolo del apartheid, también lo recordamos por los pasos que dio para la negociación de un acuerdo pacífico en nuestro país”.

La generosidad de Mandela es ejemplar. Encarcelado por rebelarse contra la política segregacionista, en 1985 pudo obtener la libertad del propio Botha a cambio de una promesa de que no cometería actos contra la ley. El supuesto perdón, replicó el líder negro, no le parecía tal debido a que Botha no estaba dispuesto a renunciar a la violencia, no ofrecía terminar con el apartheid, no aseguraba la libertad política, la liberación de los detenidos ni el regreso de los exiliados. “Solo los hombres libres pueden negociar”, sostuvo Mandela, lo que significó que todavía seguiría en prisión hasta 1990. Ese año lo liberó Frederik De Klerk, el sucesor de Botha, y se abrieron las puertas para la democratización del país. En 1994, Mandela fue elegido Presidente.

La paradoja del enfrentamiento de estas dos figuras es que, a fin de cuentas, ambos representaban algo genuinamente africano: el espíritu tribal. Botha encabezaba la única tribu blanca del continente negro. Los boers, que llegaron buscando refugio de las persecuciones religiosas, escribieron su propia epopeya, la que tuvo algunos hitos sobresalientes como “el gran trek”, el largo y penoso viaje desde Ciudad del Cabo hacia el interior del país en la década de 1830, y la guerra con Inglaterra, (1899-1902).

En 1837, el líder de los “voortrekkers”, Pier Retief, sostuvo que querían hacer saber “a las tribus negras, nuestra intención y deseo de vivir en paz y amistad con ellos”. Esta voluntad, sin embargo, chocó con el rechazo de diversos grupos que sostuvieron sangrientas batallas, lo que marcaría para siempre la relación entre la mayoría negra y la minoría blanca.

Ciento cincuenta años después, en la solemne celebración del aniversario de esos acontecimientos, Botha se mostró convencido de que la responsabilidad del hombre blanco no había cambiado y debían seguir luchando “por mantener sus valores”.

Pero la aparentemente sólida construcción estaba ya a punto de derrumbarse. También los viejos cocodrilos deben saber hacerse a un lado. O morir luchando.

Noviembre de 2006

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