El abrazo del Rey Ting

En Chile se habría considerado impensable, verdadero atentado contra la doctrina del “Rey Ting”, como bautizó Guillermo Blanco al “rating”: durante dos días en septiembre recién pasado, la TV pública italiana presentó en sus pantallas la historia de un cura de campo, heroico sin duda en su lucha en la gran ciudad contra los poderes fácticos, pero carente de cualquier connotación erótica o la vulgaridad camuflada de picardía, condimentos obligados en la guerra por el “people meter”,

La RAI Uno no sólo se atrevió. Con ocho millones de tele-espectadores en el segundo día de la emisión de la mini-serie “Don Bosco”, superó la partida de una nueva temporada de El Gran Hermano, un reality show de gran éxito en Italia y toda Europa.

Al día siguiente, en el tren hacia Palermo, una profesora jubilada no cabía en sí de entusiasmo. Nos comentó con alegría los pormenores de la breve serie, dirigida por Ludovico Gasparini. La nostalgia de una vieja película en blanco y negro de los años 50 o 60 –no recordaba con precisión- le provocaba, sin embargo, algunas dudas: “que Don Bosco aquí..., que encontraba muy joven a la mamma Margherita, que los colores... que...” Pese a ello, la buena señora lucía feliz mientras le contaba la historia a su hijo, que no había podido ver el programa, y a la pareja de chilenos recién subidos al tren. Como ella, millones de italianos descubrieron (o redescubrieron) en dos sesiones de dos horas cada una, la historia de este santo, cuyos sueños llevaron su obra desde Turín a todos los continentes, incluyendo a Chile.

Según ha reconocido, el más maravillado fue el actor Flavio Insinna. En una entrevista con el semanario Familia Cristiana contó que hacer el papel de Don Bosco “ha sido el desafío más difícil de mi carrera, pero al mismo tiempo el más bonito”. En la preparación del papel, leyó “sus escritos, biografías y otros documentos, descubriendo un diamante purísimo”.

En Italia, en esos días, cuando aún la suerte de Simona Torretta y Simona Pari, secuestradas en Irak era aun incierta, esta mini-serie fue una inyección de esperanza. Don Bosco, cuya trayectoria tiene notables similitudes con la del padre Hurtado, fue perseguido, sufrió ataques matonescos, se vio envuelto en conflictos con la autoridad civil y con su cardenal, pero al final logró el decisivo apoyo del Papa Pío IX y pudo imponer su proyecto destinado a salvar a los niños de la miseria y la ignorancia.

Contar esta historia sin caer en los típicos lugares comunes de las clásicas “vidas de santos” es un mérito, sin duda. Lo lograron los productores, los actores y el canal que lo auspició. Tal vez era para lavar una culpa anterior: en 1988, cuando se conmemoraban los cien años de la muerte de San Juan Bosco, la RAI produjo otra película que hasta hoy se recuerda como un desastre y que “no le hizo ningún favor al fundador de los salesianos” según un duro comentario de la época. No era, por cierto, el film que añoraba nuestra compañera de viaje mientras recorríamos los verdes campos del sur de Italia.

Esta vez, en cambio, lo que primó fue la preocupación por la verdad dramática, un compromiso con los principios fundamentales de la obra salesiana expresada por Don Bosco en una frase clave: “Los jóvenes no solo deben ser amados, sino que deben sentir que son amados”.

El “Rey Ting”, por lo menos en Italia, es capaz de mostrar su sensibilidad y darle la espalda a la chabacanería. Esta presentación es una buena prueba de ello.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas. Octubre de 2004

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