Un llamado desesperado

Apenas una semana después de la trágica noche del 11 de septiembre, en Santiago, las celebraciones de Fiestas Patrias estuvieron marcadas –en todo el país- por un enérgico llamado de las autoridades religiosas a una reacción positiva. Es destacable que en la tradición chilena, se les otorgue a un papel tan preponderante a los líderes espirituales. Más destacable aún, es el hecho de que obispos y pastores, rabinos y jefes musulmanes coincidieron en expresar su preocupación por la desigualdad social y otros problemas “de este mundo”.

Es una poderosa señal que se debe tomare en cuenta.

Este año, la gota que desbordó el vaso fue la bala de 9 milímetros que, en la noche del 11 de septiembre, en una calle en Pudahuel, le costó la vida a un cabo de Carabineros. Cuando los chilenos nos preparábamos para una larga y festiva celebración dieciochera, la muerte del cabo primero Cristián Vera nos golpeó dolorosamente a todos.

Hubo coincidencia en que estos feroces enfrentamientos callejeros nada tuvieron que ver en la práctica con la motivación política inicial.

Se ha apuntado, en cambio, cada vez con más fuerza, a la necesidad de revisar a fondo una situación que se ha tornado explosiva. No cabe compararla con la de Bagdad en que se lucha contra un ejército de ocupación, pero sí se parece a lo que ocurre en las favelas de Río de Janeiro. Es la mezcla –previsible, aunque no se tomó en serio- de narcotráfico y delincuencia en un escenario de pobreza extrema.

Sería absurdo suponer que la diferencia entre el carabinero muerto y su asesino –sea o no quien ha sido inculpado en primera instancia- reside en las diferentes oportunidades que tuvieron en la vida. Pero influyen. Mucho. A pesar de que sus padres tuvieron parecida reacción de dolor, el trasfondo familiar es diferente: sus esfuerzos en la vida se han canalizado de muy distinta manera. Pese a ello, como en una tragedia griega, los destinos de la víctima y del victimario confluyeron en un momento aciago en una esquina del nuevo Santiago.

Al final, lo que importa es el hecho dramático: una pareja de padres en Lebu y otra en la capital, han sufrido lo mismo, la pérdida de un hijo. La terrible diferencia está en cómo llegaron a esta encrucijada. Los padres del cabo Vera siempre estuvieron cerca de él y –aunque trágicamente- ahora lo sienten más cercano que nunca. El matrimonio de santiaguinos, en cambio, empezó a perder a su hijo hace tiempo, posiblemente cuando el padre entró en el peligroso mundo del narcotráfico.

Y lo perdieron, sobre todo, por la falta de oportunidades que no brinda una sociedad temerosa y cerrada sobre sí misma. Benito Baranda, director social del Hogar de Cristo, avecindado voluntariamente en La Pintana, lo resume de modo categórico: “Son jóvenes que se ven extremadamente frustrados y (por eso) se violentan…

Es hora de escuchar estas voces. Justamente porque en Fiestas Patrias diversos líderes espirituales repitieron lo mismo una y otra vez.

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Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas

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