Aniversario: hacia la dictadura a la chilena

Treinta y un años después del golpe militar, el general Augusto Pinochet está empeñado en su última batalla. Durante años sostuvo que –ante las graves acusaciones de violaciones a los derechos humanos- no tenía que dar explicaciones a nadie ni pedir disculpas. Pero sí ha reaccionado con energía ante la información de que, en el ocaso de su vida, goza de una gran fortuna.

Aparentemente, le urge “lavar la afrenta” más seria en términos de honor militar: la de corrupción. Pero, para muchos chilenos, entre los cuales me incluyo, siendo muy preocupante este episodio, el más grave de todos es el de la larga estela de muertos, desaparecidos, torturados y heridos en el cuerpo y el alma que dejó el golpe. Conviene recordarlo ahora.

Se dice que la gota que desbordó el vaso fue el inflamatorio discurso de Carlos Altamirano en el Estadio Chile el domingo 9 de septiembre de 1973. Ha sido reiteradamente utilizado como la justificación del acuerdo final de los Comandantes en Jefe que participaron en la toma del poder. En marzo de 1974, en una entrevista para Ercilla, en la cual participé, el general Pinochet aseguró: “Yo debería darle las gracias a este caballero (Altamirano)”.... “Eso me permitió acuartelar mis tropas y al acuartelarlas, tenerlas en óptimas condiciones”.

Según han pasado los años, el argumento parece menos convincente. La preparación del golpe era obviamente bastante anterior. El discurso fue apenas un conveniente pretexto.

Veinte años después, en mayo de 1993, cuando realizó el famoso “boinazo”, molesto por el cuestionamiento de los cheques pagados por el Ejército a su primogénito, Pinochet, todavía Comandante en Jefe, acusó a un título de ese día del diario La Nación por la responsabilidad de la demostración militar. Según se supo en 2003, diez años después, el “boinazo” fue apenas la punta del iceberg, mucho más que una simple demostración de malestar por una información periodística.

En septiembre de 1973, el golpe parecía inevitable.

En la entrevista ya mencionada también se refirió a este punto el general Pinochet:

Aquí nosotros sabíamos que venía algo. Todo el mundo lo sabía... pero sí que ignoraban el “cuándo”. Por eso les digo: una sorpresa relativa. Y se llevó a efecto –eso déjenlo bien en claro- de manera impecable, porque las instituciones actuaron como reloj. Perfectamente coordinada por los mandos. No hubo una sola falla en los mandos

También insistió en que no habría “vencedores ni vencidos”. Pero, pese a esta enfática afirmación, los hechos mostraron una realidad brutalmente diferente..

De manera silenciosa, pero efectiva según se demostró primero por las denuncias recibidas en el Comité Pro Paz, luego en la Vicaría de la Solidaridad (entre otros casos sobrecogedores el de Carlos Berger, reiteradamente planteado por su viuda, Carmen Hertz), más tarde por los testimonios periodísticos (por ejemplo, “Los Zarpazos del Puma”, de Patricia Verdugo) y finalmente por los procesos judiciales, una Caravana de la Muerte impuso una nueva consigna: el nuevo régimen estaba destinado a perdurar y estaba decidido a usar el terror si era necesario.

No fue la única diferencia entre el discurso inicial y la dolorosa realidad que le siguió.

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