Editorial:

No es sólo el tenis...

De todas las preguntas retóricas que “en el mundo han sido”, pocas tienen la fuerza dramática y la claridad de aquella que formuló Vargas Llosa: ¿Cuándo se jodió el Perú?.

La tentación de aplicar la misma cuestión a otras latitudes es recurrente. Y, después del “viernes negro” del tenis chileno, en el flamante estadio de la Digeder, cabe hacérsela en torno al deporte.... todo el deporte.

¿Cuándo se jodió el deporte chileno?

¿Cuándo dejó de ser una disciplina de caballerosos sportmen, como se decía antes y se convirtió en “pasión de multitudes”, como se dijo después.... para llegar finalmente a ser masiva demostración de fuerzas de energúmenos?

Hay de todo en esta triste historia.

En el diagnóstico hay que consignar, por una parte, muchos elementos en común con lo que ha ocurrido en otros lugares del planeta, donde la necesidad de financiamiento ha ido a parejas con la aparición de lo que algunos llaman el cuarto género de la comunicación informativa: la entretención.

En la medida que el fútbol pero no sólo el fútbol, sino varios otros deportes, se han convertido en platos fuertes de la programación televisiva, ha aumentado la apetencia empresarial, generándose un círculo que puede ser igualmente virtuoso como vicioso. (Al respecto, cabe consignar que la invitación a apoyar masivamente al equipo chileno en la Copa Davis no podría ser más inocente y adecuada... pero terminó por convertirse en bumerang, con los nefastos resultados que todos conocemos).

Otra parte de la explicación reside -y esto es absolutamente local- en el deterioro de nuestra capacidad de convivencia.

Los chilenos, que hasta la mitad del siglo XX nos proclamábamos con orgullo ciudadanos de un país civilizado, democrático, respetuoso de todas las ideas, fuimos perdiendo de a poco el aprecio por el pensamiento de los demás y el respeto a la integridad física del prójimo. La demostración máxima, desde luego, fue la fiesta de intolerancia de los extremismos que prohijaron el golpe militar y los realizadores de la “gesta”. Lo que por años fue ciegamente negado por quienes no querían ver y que ahora es una dura realidad concentrada en constantes desentierros macabros, hizo que muchos chilenos perdieran la fe en algunas instituciones fundamentales como los tribunales de justicia y la prensa, que no cumplieron a cabalidad con sus responsabilidades... o sintieron que no estaba en condiciones de asumirlas sin grave riesgo.

Como fuere, el “sálvese quien pueda” de esos años, sumado al “rásquese con sus propias uñas” como receta de Chicago, ejemplificada en Maracaná por el “Cóndor” Rojas, debió hacernos comprender hace años que estábamos en el camino equivocado y que llegaríamos al salvajismo colectiva del Parque O’Higgins.

¿Qué de raro tiene que un público “popular” se comporte así, si los estudiantes universitarios protagonizaron, apenas unos días antes, hechos parecidos en la Batalla del Puente? ¿O si, como han dicho algunos dirigentes estudiantiles, es “parte de su cultura” que los paseos anuales a la playa terminen en espectáculos denigrantes, como los que han brindado estudiantes de varias universidades, públicas o privadas?

La descomposición del alma de Chile, tan sabiamente anticipada, con santo temor, por el cardenal Raúl Silva Henríquez, no es un tema de estos días.

Empezó mucho antes y su recomposición tomará tiempo. No es sólo cuestión de más o menos recursos para la policía. Tampoco de más rejas, en las casas o en los edificios públicos. Todo ello es parte de. Pero lo fundamental, lo único realista, debe ser un proceso de educación que vaya más allá de la simple enseñanza de algunas materias.

Tiene que ver con la preparación para la vida. Tiene que ver con los valores en juego, con el respeto entre las personas. No basta predicar contra la violencia intrafamiliar si nos olvidamos de la violencia intraurbana....

Es un tema globalizador, además. Cuando el lenguaje, como hemos dicho antes, se degrada, por flojera o por “choreza”, ya vamos por el mal camino. Si los empresarios, en una crisis, recurren a la coprolalia para dramatizar su situación, seguimos agravando el caso. Si las “confianzas” duran lo que dura una campaña electoral y las desconfianzas reviven en cuanto asoma la próxima confrontación en las urnas, el caso es grave.

Y eso es lo que está ocurriendo.

Abraham Santibáñez