Una pasión que sobrevive.

En 1996, hace casi diez años, conmovidos por su brutal desaparición, los compañeros de Soledad Novales Nazal plantaron en el patio de la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales, entonces en avenida Ejército en Santiago, un árbol en su memoria. Ha pasado el tiempo. La Facultad –ahora de Comunicación y Letras- ya no está en el mismo edificio donde ella estudió. Pero el recuerdo simbolizado por el arbolito y una placa conmemorativa, ha sobrevivido al paso del tiempo y mantiene vivas sus raíces en la nueva sede, a un par de cuadras de distancia.

En las últimas semanas, un grupo de estudiantes de Periodismo se ha dedicado a profundizar en la historia de Soledad y de quienes fallecieron junto a ella en el accidente de aviación, en Arequipa, el 29 de febrero de 1996. Me preguntaron por ella, me obligaron a buscar en mis carpetas y reviví esos años –breves- en que ella estudió con nosotros.

Para un profesor nunca es fácil anticipar lo que se está incubando en esos estudiantes –a veces tímidos, a veces falsamente audaces- que llegan a la universidad, a cualquier universidad, desde el ambiente generalmente cálido y protector del colegio. A veces ni siquiera han terminado de definir su vocación. El mundo globalizado en que vivimos les ofrece muchas tentadoras posibilidades y no siempre los jóvenes tienen tiempo para madurar la reflexión acerca de su futuro. Es mucho lo que depende de ellos mismos: de la formación que recibieron en el colegio y, sobre todo, en su propio hogar. Siempre me sorprende, sin embargo, y muy gratamente, ver cómo la mayoría parece emerger de una crisálida y hoy los vemos manejándose en diversos medios, incursionando en la televisión o estrenando páginas en la web. Imposible imaginar siquiera dónde estaría hoy Soledad Novales. Pero sin duda haría un brillante papel.

En la universidad, uno no siempre tiene tiempo para conversar con los estudiantes. Pero a veces tenemos esa posibilidad. Tuve la fortuna de poder hablar mucho en el año anterior a su muerte con Soledad. Recuerdo que las vacaciones de invierno las había pasado en las Termas de Chillán. “¿Esquiando?”, le pregunté. “No, encerrada en una cabaña, jugando al naipe, con mis amigas, debido al mal tiempo”. Un retrato casi completo en una pincelada rápida: el ancestro palestino, que ostentaba con orgullo, su capacidad para desbordar amistad y, sobre todo, la actitud siempre positiva de poner “buena cara” al mal tiempo. El verano, unos pocos días antes del fatal accidente en Perú, conocí en Los Angeles al doctor Javier Novales y a su esposa.

A ese contacto, según creo, se debe por lo menos en parte una hermosa iniciativa que permitió paliar en algo el dolor de la familia pero que, sobre todo, ayudó a un grupo de periodistas a perfeccionarse tras recibir su título profesional. Azotada por un dolor brutal e inesperado, la familia Novales Nazal estableció una beca para apoyar estudios de post-grado de egresados de Periodismo de la Universidad Diego Portales.

Durante cinco años fueron beneficiados varios estudiantes. Realizaron estudios de Doctorado en Madrid, de Magister en Santiago, y en un caso un novel periodista recibió apoyo complementario para especializarse en Londres. En todos los casos, los resultados fueron sobresalientes.

Fue, sin duda, la mejor respuesta al espíritu de la beca, cuyo propósito explícito era “perpetuar el amor por la vida y la pasión por el periodismo que animaron a María Soledad, así como para hacer fructificar la esperanza que tenían en ella sus padres, su familia y la Universidad Diego Portales”.

Febrero de 2006

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